Nos reunimos en una tarde de flores,
mi frágil sombra, la bella luna y yo,
mi sombra apenas se hacía sentir,
la luna andaba en silencio perfecto,
iluminando el naciente atardecer.
El ruido, que vive en mi mente, calló,
en medio de tal silencio, llegó el viento,
traía una flor de diente de león,
la flor respetando el silencio se abrió,
repartiendo sus semillas, hasta la última.
El viento habló al oído de mi sombra,
la luna sonrió, creció, se embarazó,
creció la semilla que la flor repartía,
pasó el tiempo, nació una hermosa criatura,
y nuestra tarde se transformó en día.
Le pusimos nombre que él mismo cambiaría,
se llamó silencio, hijo de la sombra y de la Luna,
ahora caminamos todas las tardes,
procurando la quietud de la mente,
la luna, mi sombra, el silencio y yo.