En un pueblo llamado 0gologniralonirroto, sí, así mismo como lo leen. Este pueblo era un pueblo tan extraño como su propio nombre. Allí los niños no jugaban a los columpios, jugaban con máquinas, y los columpios no tenían más opción que jugar con el viento.
Una vez un niño 0gologniralonirroteño llamado Belisario, pensó jugar con los columpios y hacer que el viento jugara con las flores, pues las flores también se columpiaban, además al ser mecidas por el viento despedirían hermosos aromas.
Todo fue rápido, Belisario trepó a uno de los columpios y comenzó a mecerse él, de pronto se sintió libre como el mismo viento. Sus cabellos se despeinaban pero eso no le importaba, ni mucho menos saber que él no emitiría aromas como las flores columpiadas, sin duda era inmensamente feliz.
Lo único que le interesaba era columpiarse y dejar que la brisa lo despeinara y que sus pies se alzaran del suelo, para convertirlos en alas que agitaría graciosamente para imaginar que volaba.
- Arriiiiibaaaaaaaaaaaaaaaaaa, abaaaaaaaaaaaaaajooooo, gritaba Belisario mientras se columbiaba.
-Puedo volaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaarrrrrrrrr y aterrizaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaarrr, seguía gritando mientras el viento de la tarde seguía despeinando su cabellera.
Nunca se supo más de Belisario ni de aquel extraño pueblo, lo que sí se sabe de sobra es que los columpios han seguido desde aquel día, columpiando a los niños de todos los pueblos del mundo, siempre y cuando éstos quieran subirse a ellos para despeinar sus cabellos y sentirse libres como el viento.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela