Lucila observaba todos los días desde la ventana de su habitación, a un pequeño arbolito de laurel que ella misma había plantado en la vereda. Lo miraba casi obsesivamente, como si deseara que el precoz árbol \"creciera de golpe\".
Había llegado la primavera; al jardín de su casa lo adornaban pomposas margaritas blancas y soberbios gladiolos rojos. Lucila tenía una enfermedad terminal, sabía que sus días estaban contados. Amaba las plantas y a las flores...amaba la vida.
Se refugiaba en las oraciones, en Cristo y en la Virgen María. En algún momento a Dios le preguntaba:
-¿Por qué yo?
Al no escuchar respuesta alguna, intuía que tenía que aceptar su infausto destino. Aunque si sentía un poco de miedo, no quería dejar a su familia. Antes de enfermarse, a ella se la veía gozosa, reía por cualquier cosa. Tenía un montón de amigas, todo el mundo la quería.
Un par de semanas antes de que ella falleciera, contemplando el arbolito, le dijo a su nuera de nombre Alicia, a la cual quería como a una hija:
- Míralo, me voy a morir y él no me va a dar el gusto de que vea sus flores.
Unos días después, Lucila se resistía a levantarse de la cama. Nuevamente, Alicia se encontraba a su lado y la alentaba a que se levante y que caminara hasta la verja del jardín, para que viera algo que le iba a gustar. Como ella apreciaba mucho a su nuera y por ende le tenía confianza, accedió al pedido con curiosidad.
Cuando se dirigía hacia el lugar, sus ojos se iluminaron y muy emocionada pudo ver que el arbolito tenía varios ramilletes de flores blancas que resplandecían divinamente ante los rayos del sol.
Se le dibujó una dulce sonrisa en sus labios, pues supo que Dios estaba con ella. Las flores se reflejaban en sus pupilas encendidas. Fue un momento que nadie jamás olvidaría. Desde que ella se fue, a fines del mes de Setiembre del 99, el árbol se mantiene con sus flores blancas casi todos los días, como rindiendo un perenne homenaje a Lucila.
Adolfo César (NAZARENO)