(Seis meses después...)
Otra vez llegaste hasta mi mundo sin pedir permiso, materializándote a mi lado como un duende y hechizando aquella fría tarde de invierno con tus enormes ojos verdes.
Fue tan natural caminar a tu lado, me sentí tan protegida, tan segura, tan fuerte, como si aún sin abrazarme tus brazos me rodearan.
Hacía mucho frío, pero no importaba.
Hablamos de todo y tal vez de cualquier cosa.
Te miré y tampoco entonces pude saber si realmente existías, si eras, si estabas, si ocupabas el lugar al lado de mis pasos o si otro sueño te había traído volando, como antes, desde no sé dónde, para cumplir mi deseo de encontrarte.
¡Te miré y te vi tan bello! Con esa belleza sencilla y profunda que nace de lo que alguien lleva adentro.
¿Qué importaba de dónde venías?
¡Qué importaba para qué!
Si tu presencia era ficticia o real.
Era el momento de la decisión, otro momento crucial en mi vida.
Era el momento de dar un paso hacia adelante y borrar todo, de volver a los brazos de aquel hombre que me había hecho tanto daño.
Te miré y le agradecí a Dios, a la vida, al destino que hubieras llegado.
- Podría haber creado un clima ideal, pero no soy romántico, soy espontáneo.
El aire de los autos que pasaban por la ruta nos congelaba la cara y las manos en la parada de colectivo.
- Quiero acercarme a vos. Quiero que seas algo puro y transparente. Me gustas, me gustas como persona, me gustas como mujer. No soy de hierro. Aquella vez en tu casa tenía ganas de acariciarte, tenía ganas de besarte…
Yo, simplemente te miraba sin poder romper el silencio.
- ¡no sabes cómo se me pegaron esos besos! un día, a lo mejor, te voy a buscar y te voy a decir que tengo deseos de hacerte el amor.
- ¡no hagas eso! por favor, ¡porque voy a quedar tan helada que no voy a saber que decirte!
Te respondí mirándote a los ojos, mientras pensaba que seguramente iba a ser así.
Que otra vez ibas a lograr sorprenderme, asombrarme.
Que otra vez aterrizarías en mi vida para transformar con tu magia la cruda realidad en ilusión.
Que aparecerías en otro momento, seguramente crucial de mi vida, tanto o más que éste, en el que acababa de elegirte a ti, ser humano, hombre, dragón. A ti, ese “regalito” de mi mamá.
A ti, casi un desconocido.
Casi, casi un extraño.
Tal vez un producto de mi imaginación.
Y tus palabras siguieron resonando en mis oídos mucho después de que te fuiste.
Decidí esperarte.
Decidí esperar que surcaras los cielos y llegaras volando otra vez.
Decidí esperarte... con el alma.
Decidí esperarte... con el cuerpo.
Para que nuestras fantasías se pudieran hacer realidad. Para que la realidad superara a la fantasía.
Decidí esperar porque después de todo y más aún después de conocerte... aún creo en el amor.
Porque sé que viajarás a través de mis sueños y a través del tiempo.
Aterrizarás en mi terraza y en mi corazón.
Y te susurraré al oído una hermosa historia, que viene de un país lejano, donde hay un gran castillo en lo alto de un acantilado y las olas rompen con furor contra las rocas. En el castillo vive una princesa y es custodiada por un Dragón, capaz de surcar el cielo y atravesar el fuego para protegerla.
Te contaré que cada noche el Dragón entra al castillo por la ventana de una torre muy alta, la princesa lo besa, él se convierte en príncipe, la mira a los ojos, la toma en sus brazos, bailan y hacen el amor bajo la luz de la luna.
Y supe que fue acertado esperarte.
Tenía los ojos fijos en el papel y mis dedos apretando con fuerza la lapicera.
Cuando estaba terminando de escribir este cuento, al levantar los ojos te vi frente a mí.
No aterrizaste... subiste por la escalera, hasta lo más alto de la torre, resoplando, a puro fuego, “mi poderoso dragón”. Preguntaste qué estaba escribiendo y me dio vergüenza mostrarte tan abiertamente mis pensamientos, mis sueños, el corazón.
A la luz del sol, me encerraste entre tus brazos y murmuraste...
-¡Te extrañé!
Y fui yo, quien voló a través del tiempo y se convirtió en princesa.
Ahora sé y creo que eres, que estás, que existes, que caminas por la vida igual que yo, parte fantasía y parte realidad.
Porque aún conservo en los labios el sabor de tus besos y en el cuerpo la sensación de que me envolvieron unas enormes alas.
Las enormes alas de un Dragón, hecho de sangre y fuego.
A fuego lento, tenía que ser así... a fuego lento.
Como algo simple y natural.
Transcurría otra vez el mes de enero, dos años después de aquel primer encuentro.
Sin apuro, casi fuera del tiempo, un hecho mágico y atemporal.
El calor, nuestros cuerpos y el silencio.
Casi sin querer, casi sin pensar.
Tus ojos verdes clavados en mis ojos, las caricias deslizándose despacio, tu aliento suave cerca de mi oído... un momento tan esperado y temido.
El momento de los besos y el misterio develado de dos cuerpos latiendo con un mismo latido, convirtiéndose en una misma sustancia, estallando en un solo gemido. Compartiendo ese místico universo en el que no existe lo tuyo y lo mío, si no simplemente existe lo nuestro.
Designio, presagio, destino.
¡Tenía que ser así!
Me encerraste entre tus alas y volamos los dos. Nos encontramos y luego nos perdimos. Me envolvió tu magia, como siempre, como nunca, como antes, como entonces, como será mañana, porque tal vez esté escrito en las estrellas, sin un comienzo y sin un final, porque el tiempo del amor es un tiempo distinto, porque hicimos el amor sin perder la libertad.
Envueltos en un cálido sueño.
Sabiendo a ciencia cierta que construimos una historia distinta, más allá del mundo cotidiano, más allá del común de las historias.
Alejados de cualquier rutina, fórmula o norma establecida.
Sé que existes, ahora sé que existes, que desplegarás tus alas, que surcarás los cielos y que en algún otro momento volverás, que tu fuego me consumirá a fuego lento, que vencerás los obstáculos porque confío en ti y porque lo que era un sueño se convirtió en realidad.
Pasaron los días, las horas, las cosas. Tuvo que ser así. El tiempo del amor no es el mismo que el de las otras cosas. Transcurre, se aleja y de golpe regresa. Desplegaste las alas, envuelto en tu magia, desapareciste de mis sueños y de la realidad, pero dejaste intacta la esperanza y el deseo. Dejaste intacta la ilusión. Fue tan rápido el amor... como fue tu partida y después de todo, a pesar del silencio, siguió tu recuerdo invadiendo el olvido.
Eres tan distinto y eres tan distante. Eres como un abrazo que quiere cerrarse y muere con los brazos abiertos. Eres como un beso que se dibuja en los labios y se vuelve palabra. Eres una caricia latiendo en los dedos que no se atreve a tocar mi piel y sin embargo la quema y derrite el hielo.
Eres tus ojos abiertos inundando mis ojos, como una eterna lluvia. La historia escrita en mi vida sin punto final y sin punto de partida. Como si siempre hubieras estado y fueras a estar, antes del tiempo y después del tiempo.
En tu reloj la arena se desplaza lentamente. No es como el reloj de los otros seres humanos.
Abriste y cerraste las alas buscando el sol y dejando atrás todas las tormentas.
Y yo, seguí aquí, con los pies pegados a la tierra, intentando vivir, intentando amar, intentando esperar y soñar... sin lograrlo.
Hoy… vuelves a poblarlo todo con tus inmensos ojos y no puedo explicarme que aterrices en esta isla cuando no brilla el sol, que tus pasos recorran esta tierra tan árida, que compartas la sed, el hambre, el silencio y tus alas abriguen el frío de mi corazón. Sigues poblándolo todo. Distinto y distante. Porque aún el abrazo no quiere cerrarse, porque aún el beso se vuelve palabra y la caricia se vuelve esperanza. Porque eres tiempo sin prisa y sin límite...Quizás, tal vez, después, todavía...
Porque aún eres enigma y presagio, al filo del amor, entre el hielo y el fuego.
Mitad hombre y mitad Dragón.
Y lo sé...Está escrito en las estrellas. Son esas cosas que marca el destino.
No quiero preguntarme el por qué. Muchas veces uno quiere cosas que no debe o al revés.
Los dos tenemos miedo.
Le temes a mi libertad, porque tienes miedo de querer aprisionarme. Le temes a mi libertad, tú que no quieres lazos, cadenas o cárceles.
Cada instante que compartimos es único, irrepetible, incomparable. Y no hace falta atarnos ni perseguirnos ni obligarnos.
Estás conmigo y yo estoy contigo, solamente porque así queremos. Solamente porque así lo necesitamos.
Te vas cuando quieres y cuando quieres vuelves...
¿Y tú le temes a mi libertad? Tú que eres el que vuela, el que desaparece, el que cuando aterriza me encuentra en el mismo lugar.
Es inevitable. No se puede escapar.
Precisamente porque esta historia ha sido especial.
Porque pensamos el uno en el otro, porque nos extrañamos, porque nos respetamos, porque nos deseamos y no se puede huir de uno mismo.
Vayamos donde vayamos, uno se lleva los sentimientos a ese lugar.
Tal vez es tarde para tener miedo. Tal vez es tarde para poder escapar.
Tal vez es mejor arriesgarnos, entregarnos, contenernos. Porque en definitiva tus miedos también son mis mismos miedos.
Miedo a enamorarnos...Miedo al dolor...Al fantasma de los celos...
¿Un Dragón con miedo al fuego y a cadenas invisibles, pero también con miedo a la libertad?
Yo no voy a huir, porque yo sé que es tarde.
Que llegarás volando a través de mis sueños cada vez que esté triste. Que arrastrarás tus pasos al costado de los míos y con tus alas invisibles me abrazarás. Que como un ángel o un fantasma traspasarás el límite entre la fantasía y la realidad. Porque creo y sé que existes, más allá de la imaginación. Más allá del secreto y el misterio. Que respiras, que lates y caminas por el mundo como yo, con tu soledad y tu melancolía.
Yo no voy a huir, porque sé que quiero que tu fuego me consuma a fuego lento.
Porque sé que quiero latir con tu latido y compartir tu universo, que me encierres o me encadenes a tus alas, porque al volar contigo sigo siendo libre y no le temo al fantasma de los celos ni le temo al dolor.
Yo no voy a huir, porque no quiero. Tú sigues siendo libre de emprender el vuelo.