Llegó la primavera tibia, soleada,
y el campo floreció a nuestro alrededor.
Se cubrieron las plantas de brotes,
comenzaron los picaflores a recorrerlos anticipadamente
y las tardes se alargaron junto al sol.
Los vientos amenguaron su ira,
las brisas los suplantaron y junto al laurel enhiesto
los almácigos reverdecieron las lechugas,
se reprodujeron los zapallos viboreando por el suelo
y tuvieron su primera flor.
Salieron de su nido las garzas
y comenzaron el vuelo hasta llegar a nuestros pinos.
El jardín se convirtió con el eco de sus trinos,
melodía de picos largos y entonados,
llamado de aleteos apasionados
posados en lo alto.
Correteamos dibujando nuestros cuerpos
que fantasearon en el pasto;
clamaron los gemidos,
torpes arrumacos, besos despiadados,
y entre tanto roce los zapallos
suspiraron de pasión.