Cuando en el oriente del cielo profundo
la luna aparta su nebuloso velo,
un niño mendigo aparece en el dormido mundo
con casto pie y virginal recelo.
Absorto allì, a la humanidad saluda,
con su faz manchada al cielo levantada,
en la honda oscuridad, con elocuencia muda
orbes sin piedad ofrecen su mirada.
Llevas un lucero, que es tu simple gracia,
y un harapo sucio, como abrigado manto,
caminando tu rumbo por esa regiòn vacìa,
donde nadie ayuda, pero se siente santo.
Tu lumbre, empero entre aquel gentìo fulgura
como ìmpetu salvaje de corriente;
a trechos, iluminas corazones con ternura,
luciendo con orgullo tu àspero torrente.
Yo siento en mi corazòn una esperanza,
que la cordura encienda tu existencia muda,
y despierte esa caridad que alcanza
para levantarnos y brindarte ayuda.