Yo tuve una novia
llamada Miguelina
en aquellos años
cuando el caldo de gallina
lo tomaban parturientas
por sus vitaminas,
y se bañaban los perros
con mucha creolina;
se barrían los patios
con las escobillas
y en vez de comer carne
se comían semillas
y los hombres ofrecían
a las damas las sillas.
Esa novia, les cuento,
era una maravilla,
tenía mas agilidad
que una ardilla
y a pesar de ser mayor
era muy ”sifrina”.
Siempre sonreía
con sus patas de gallina
y mostraba en sus dientes
como siete platinas.
Usaba faldas cortas
mostrando en sus canillas
un tatuaje extraño
de la flaca “Oliva”
y debajo del brazo
cerca de las costillas
otro de “Popeye”
con su pantalón de mezclilla.
Tenía los brazos
como gelatina
y eso sin nombrarles
cuello y barriga
donde brotaban arrugas
como una mina
que cualquiera al verla
se desmaya enseguida.
Ella tenía más años
Que mi abuela misma
era mayor que yo
pero muy emotiva,
me decía: “ amor mío
estoy como una hojilla
y al prender me caliento
como una bombilla
y para apagarme el fuego
traigan una camarilla
porque soy más potente
que la fiebre amarilla
y a cualquiera mando
para una camilla”.
Todavía me acuerdo
de la Miguelina
y me da escalofrío
en las pantorrillas,
siento temblores
en la barbilla,
al pensar que esté viva
por allí todavía
y me ande buscando
para hacerme tortilla.
---------
Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela.