EDUARDO FAUCHEUX

DE BUENA MADERA

DE BUENA MADERA

 

Sumergió sus brazos desnudos en las negras aguas del sucio y pestilente pantano, hurgando,

con dedos ágiles en pos de ese tronco especial que venía, hace tiempo, con ahínco, buscando.

Con espalda encorvada por la obsesión del viejo artesano cuyo oficio es trabajar la madera

-pero que viene buscando una sola, en especial-, él no acepta otra más, de ninguna manera.

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Se pasa las horas, los días y los meses, sabiendo que, ahí abajo, ese tronco espera sus manos;

que en esas aguas negras, sin vida, estáticas, el tiempo se detiene, esperando que algún artesano

pasara por allí, buscando aquella rara materia para crear vida de un tronco muerto, que espera

volver a resucitar el hermoso dibujo de la veta escondida en la naturaleza de una buena madera.

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Cuidando de no lastimarse con todo lo que se esconde bajo las negras aguas, el viejo artesano

tropieza sus dedos con algo que lo sorprende y alegra por un trabajo que no ha sido en vano

y reconoce al tacto que ¡gracias a Dios! es lo que, por tanto tiempo, ha venido buscando,

recogiendo, ansioso, esa gastada soga del bote, a la que al tronco ya se encuentra atando,

y que, mediante gran esfuerzo, logra subirlo, con el maloliente barro que viene chorreando.

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Pasaron los días y llevó el sucio tronco a su taller, trabajando a destajo, el viejo artesano.

Limpió la madera y la cortó en parejas tablas que, amorosamente, apiló con sus manos;

y empezó a trabajarlas, prolijo, sin prisas, para lograr el objetivo que él pretendiera

para crear un mueble especial y único -una silla para bebés- de muy buena madera.

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Y dibujó las piezas y mecanismos que, por tanto tiempo, proyectando, él estuviera;

corrigió los errores y mejoró el diseño, hasta ser perfecto, tal como él lo quisiera,

y se puso manos a la obra en construir aquella nueva silla que estuvo pensando

para regalar a su hijo -y a la esposa- para ese nieto que ya se estaba gestando.

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Y, así, tras varios días de estar recluido en su viejo taller, cortando y midiendo,

aquel fantástico diseño del viejo artesano fue tomando forma y de silla teniendo,

al haber concluido lo que estuvo construyendo, con tanto esfuerzo, tesón y sudor,

se sintió en paz, por haber podido cumplir con el sueño al que le puso tamaño fervor.

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Y de aquel viejo tronco escondido del que fuera el orgulloso árbol de una selva fastuosa,

que los años e inclemencias del tiempo dieran por tierra aquel orgullo de una copa frondosa,

ahora, fue necesario El Artesano que de la Muerte hiciera surgir Vida -en esa paciente espera-

para honrar a otra nueva existencia que viene y que, en definitiva, es... ¡de muy buena madera!

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Eduardo Faucheux

25-08-2014