Siempre agonizo en los abriles,
cuando las hojas de los árboles mueren lentamente.
Flageladas por lluvias tempranas.
Abandonadas por los espectros lúgubres que las vieron nacer.
Se entregan sumisas a los soplidos indistintos
que las arrastran por calles frías.
Las olvidan al poco andar.
Pero yo no puedo desconocer el despótico ambarino
del que tiñen las extensiones de este pobre paisaje.
Es más insufrible la soledad en otoño.
Camino perdiéndome entre las nubes.
Fundiéndome con las calles.
Yo, bajo este diluvio prematuro de tristeza te ignoro.
Tu, tras la descomunal distensión del universo, me miras.