Y se marcharon los niños
y nos dejaron muy solos.
Se fueron buscando limbos
y con el hambre de un lobo.
Se fueron llorando juntos,
con sus mejillas curtidas,
enrejadas por las lágrimas,
donde se pegaba todo,
llenos de moscas y mocos,
como únicas caricias
permanentes en su vida.
Con el silencio en sus labios
y con el miedo en sus ojos,
sin saber que una sonrisa
les lavaría sus rostros.
Siguieron aquella estela
de notas que les llamaba.
Era un Ángel de los cielos,
quien así los reclamaba.
No podía ver aquello
y contravino la norma,
por lo visto aquí en la Tierra
todos los niños estorban.
Con su ukelele en la mano
él se sentía feliz
y así estaba emulando
al flautista de Hamelin.
Los niños son siempre vida,
la primera que tenemos.
Y ellos mañana serán
tal como los eduquemos.
Andrés Mª - El Poeta del Amor
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