Darío Ernesto Muñoz Sosa
Mi damasco marchito.
¡Te sigo extrañando!
¡Añorándote, meditándote!
Cuando tus frutos en diciembre, en mis manos soñaban
Amé ese perfume, tus verdes hojas.
Recordar tu temprana flor, blanca y radiante,
¡Ah, mi pena en cada primavera!
Allí verte de pie desnudo, Dios padre le dejaste abandonado
De pie, rústico, pétreo y funesto.
Me tiembla el alma, al mirarte
¡Y no te olvido!
Te sigo añorando
¡Extrañando, meditándote!
Y sigo el camino, de tu huella buscando en los recuerdos.
¡Oh bello aun seco y leño!
Amarillo como la espiga del trigo maduro
¡Oh mi tierno árbol de damasco, del otoño eterno!
Un hijo mío entre los hijos, te fuiste un verano
Cuando el despiadado viento, meció tu aura
Tan violento, que arranco tu raíz,
Venciendo, venciendo.
Te sigo meditando, extrañando, añorándote,
Que daría por volver a verte en flor
¡Ser sabia, ser tu sangre!
Ser hoja que abrigue, que adorne tus ramas descalzas.
Formarme en el naranja de tus grandes frutos,
La tierna flor inmaculada entre tus gajos.
Pero la muerte, si la muerte
hay de ella es solo un infortunio
Valla Pues, a lo que amas, ella da con su látigo inefable.
Hasta mi vida y hasta mi muerte
Te abrazo y acaricio
Follaje áspero, de espinas puntiagudas,
De tanto suspirar por ti en cada verano,
Celoso estuvo el enemigo
Asestando un golpe mortífero y eterno,
A mi alma que sigue rumiando, pensamientos secos.
Autor, derechos reservados.
Argentina agosto de 2014.