Tendrá que irse la brisa de esta tierra mala.
Se alejarán sus designios del sol que la trajo.
Acabarán sus desvelos lejos, olvidados.
Despedirá a la vieja gente amable
que la refugió en su talle, y
huirán de su vista esas viejas calles,
y sus inclinadas casas, olvidarán su visita.
No recogerá mas las olivas desdeñadas
ni las piedras de las vias
que adornan su jardín minúsculo,
imitación de lo que empezó aquel día,
ni cortará mas árboles mal plantados;
no habrá mas palomas sucias
ni jilgueros desnidados; será
el último traspies en los desconchados caminos
relegados al cajón desastre
de un parcheado futuro impío.
Marchará sin los que vino,
muertos ya bajo la sirga,
muertos ya bajo su lágrima de tierra.
Marchará dejándose aquí la risa.
No meterá en sus maletas ni una sonrisa,
casi, ni una palabra amiga.
Apenas meterá un aliento.
Dejará bien escondidos cuando llegue a su destino
los amargos gritos de olvido.
Sabe que no lleva amigos
y abrazará con sentido de trágica despedida
las esclavas canas de la edad,
las conversaciones íntimas perdidas,
tertulias en tardes de poesía,
mañanas rebuscando su armonía,
abrazos de oculta piratería
y algunas lágrimas aun vivas.
Despedirá los caminos recorridos cada día,
el polvo de las veredas,
un cielo azul que lloró cuando sufría.
Forzará infinito la vista para poder olvidar
a un pájaro que dejó de trinar,
momentos que con abnegación lo quería
y no retener lo poco que aquí le brindo la vida.
Se marchará dejando esta tierra yerma y fría,
dejando enterrado en la hierba marchita
al que robo su alegría.
No se despedirá de él,
de quien le robó a si misma.
Eloisa