Descalza va su miseria
sobre la inmunda colina;
su futuro un vertedero:
vigilia y solo vigilia
alternando muerte y sueño
con el alma encallecida
de buscar en los deshechos
un pedazo de alegría
que distraiga un poco el hambre
ya que la noche no olvida
que, entre las ratas y perros,
si encontrara pan daría
mordiscos a una verdad
que duele como la vida.
Mas no puede ver su sombra
pues nadie cuenta sus días
con unas manos que tientan
unos ojos de ceniza,
una llaga a la intemperie
mientras la lluvia lastima,
unos huesos y una hoguera
cayendo por sus mejillas,
un agujero sediento
de un ruiseñor que no trina;
un abismo tan cercano
y el niño por la cornisa.
Antes del último salto
una conciencia lo mira;
él devuelve la mirada
y en sus cuencas casi hundidas
alcanza a verse una luz
pues le regala sonrisas
a una parca que es segura
a su historia fugitiva.
Ha encontrado un coche eléctrico
roto, sin ruedas ni pilas,
pero se pone a jugar
y en su interior se imagina
otro niño, conductor
de su vida - ¡qué ironía! -
y olvida por un momento
que su carne seca, fría,
se pudrirá en la basura
sin que nadie de él escriba
que señale y diga: ¡Basta
de volver atrás la vista!
Sigue siendo un ser humano
una infancia en la letrina,
que bien pudo ser la tuya
y necesita que sigas
observando lo que a mí,
a ti y a todos indigna
y tratemos de cambiar
aunque nos suene a utopía;
pues lo contrario será
silencio, muerte y espinas.