Este es un cuento que pocos saben,
es la historia de un niño llamado Álvaro,
que un día quiso ser espantapájaros
para jugar en el campo con las aves.
Gerónimo Antonio era un anciano muy trabajador que vivía en el campo en un pequeño pueblo muy distante de la ciudad donde vivía su hija con su esposo y el hijo de ambos, o sea, su nieto. Ese nieto de Don Gerónimo tenía por nombre Álvaro Antonio; Álvaro como su padre y Antonio como su abuelo.
En cada temporada.de vacaciones Álvaro se alistaba para pasar con su abuelo varios días, pues disfrutaba mucho del paisaje campestre. Le encantaba comer frutas silvestres, olfatear las flores, jugar con mariposas y sobre todo jugar con las aves.
Al llegar al campo siempre le hacía al abuelo la misma pregunta:
- Abuelo ¿por qué si tú te llamas Gerónimo Antonio todo el mundo te llama Don Antonio?
Y el abuelo que desconocía las verdaderas razones, casi siempre le daba una respuesta diferente. Una vez le dijo que Gerónimo era un nombre muy extraño y la gente prefería llamarlo por el segundo nombre. Otra vez le dijo que su padre también se llamaba Gerónimo y para diferenciarlo de él su familia comenzó a llamarlo Antonio. Ese año, cuando Álvaro le hizo la visita acostumbrada y en vista de que ya había cumplido nueve años, el abuelo decidió darle una respuesta más sensata:
-No sé Álvaro por qué la gente me dice así, le respondió el abuelo, pero no me molesta para nada, por tu parte puedes decirme como quieras, Abuelo Gerónimo o Abuelo Antonio, pues siempre te recibiré con los brazos abiertos y todo el cariño del mundo porque eres mi nieto y además mi tocayo.
-¿Tú tocayo? preguntó Álvaro
-Ja, ja, ja ,claro, respondió el abuelo, recuerda que tú te llamas Álvaro Antonio
Ambos se abrazaron cruzando sus carcajadas y así abrazados entraron a la casita del abuelo.
Al día siguiente, Álvaro como todos los años, fue a los campos de sembradíos, a intentar jugar con los pájaros. Él había visto una vez un espantapájaros que tenía el abuelo clavado en la tierra, y pudo ver que no espantaba ningún pájaro, muy por el contrario, los pájaros venían a jugar con él, se posaban en sus brazos y le picoteaban el sombrero. Por tal razón él quiso ese año simular ser un espantapájaros a ver si en lugar de jugar él con los pájaros, serían ellos los que vendrían a buscarlo, como lo hacían con el espantapájaros.
Y así en ese juego divertido, pasaba minuto tras minuto, y a veces hasta horas, con sus brazos extendidos, allí parado en pleno sembradío, esperando que los pájaros se acercaran; pero nunca lo hicieron.
Cansado de tanto esperar, Álvaro se dirigía a la cabaña del abuelo pensando en cómo hacían las aves para adivinar que él era un niño y no un espantapájaros, y se preguntaba ¿porqué no adivinaban que él solo quería jugar con ellos y no espantarlos?
Así estuvo días tras día. Todas las mañanas iba al campo a extender sus brazos como un espantapájaros a ver si las aves por fin se decidían a bajar del cielo y posarse en sus brazos y picotearle la cabeza.
Finalmente llegó el día de regresar a su casa y Álvaro decidió aquel día hacer lo que hacen todos los niños, en lugar de esperar que los pájaros bajaran hasta donde él estaba, sería él quien los perseguiría por todos los sembradíos para verlos revolotear asustados de un lado para otro mientras él se divertía.
Y desde aquel día, en cada visita de vacaciones ya Álvaro no pensaba en pararse en medio del campo con los brazos extendidos, ahora solo quería salir corriendo, y jugar con los pájaros y las mariposas, en cada visita que hacia a casa del abuelo Antonio, perdón, Gerónimo.
Y así termina la historia de Álvaro,
que al corretear por el campo divertido,
sin darse cuenta se había convertido
en un verdadero espantapájaros.
FIN
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela.