Es increíble creer que debamos ceder,
ante el cruel destino que nos separa de los sentidos.
Amas a alguien verdaderamente… aún si mueren los besos, muere su tacto, mueren sus caricias y los abrazos.
Muere todo lo que te conecta a excepción de ese único lazo. Un lazo que nos oprime en esos momentos bastos.
Podremos amar a un ser,
más no podemos hacer vacilar al destino que se empeña en vernos desfallecer… sin tregua para descansar, atacando y otra vez, sin dejarte respirar; sin dejarte meditar.
Sin hacer que ese momento, que para ti son escasos minutos, puedan perdurar en los días;
hasta que sean la cosecha de los frutos que alimentaran tu futuro, tu vida, en cortas palabras: Tu familia.
Tomamos medidas para no molestar al intrépido destino, pero como siempre, el esfuerzo es reducido.
Este esfuerzo se vuelve muto; ayudándote a sentir con más ingenuidad, ese pequeño aroma de lo que una vez fueron, de lo que una vez quisieron, de lo que sus recuerdos sintieron.
Ese vínculo que no es más que una perturbación para tu vida,
otro caso que los que no saben amar profundamente, desprecian de manera oprobiosa.
Los que aman, saben lo imprescindible que es para tu vida, obviamente no para la de ellos. Los que no saben, no se lo imaginan, pues, no han conocido una de las cosas bellas que te da la vida; que se trata nada que una simple cosa que es sentir a desmedida; que es luchar sin descansar, que es soñar con la imposibilidad.
Un reto al destino que te separa de lo que anhelas. Unos deseos que jamás verás concluso aunque impongan la pelea. Chocando sus cuerpos cada vez que la oportunidad lo requiera. Vivir enfrascado mentalmente de que ambos viven una guerra. Una guerra sin fin pero sentir, estar y soñar hasta que uno de los dos ya no quiera, que no sería lógico pues el amor dura la vida entera. Solo queda una cosa: Amar a medias. Terminar separados o juntos, que dios y no el universo te dé la respuesta.