Ayer tuve que enfrentarme al espejo;
yo supe que no era fácil
y no
no lo fue para nada.
Juré que las manos frugales de la hoguera
por poco, muy poco... me tocaban,
y sé
sé que lo hicieron, volcadas en sigilo.
Qué terrible, qué terrible...
advertirse a sí mismo las jugadas
que damos, porque sí, porque debemos.
No tenía en mucho que enfrentarme,
como ayer al espejo.
Soportar la mirada necia y penetrante,
que es ajenamente mía,
que fríamente arde.
Fue implacable verte en las grietas,
escondida como la arena del vidrio.
Advertida, tú igual jugaste la suerte
y perdiste, amor, perdiste...
no por decir todo, aunque así sea,
porque sé bien que no soy tu todo
y por eso todo lo perdiste.
Y todo eso lo vi en el espejo
me vi más fría, más vieja...
pero no vieja en la cara,
era la vejez sin reparo,
era la vejez del alma.
Eso me lo advirtió el espejo...
sí, sí lo hizo, amor
aunque le hiciera caso,
y no.