A LA MUJER INDIGENA
Con admiración y respeto.
Roberto Reyes Cortés.
Por angosto caminillo
bordeado de blancas flores,
desciende de la montaña
una sombra silenciosa.
El frío de las alturas
traspasa la gruesa lana,
del huipil que la protege,
y aunque la rocas son altas
y las lajas resbalosas,
con gran firmeza desciende,
cargada de leña verde,
el mecapal en la frente,
un rebozo con un niño.
Machete bien afilado,
con una piedra de río
que encontró por la corriente.
Esa es la vida de ella,
el tiempo la ha modelado,
y aunque han pasado los años
y las cosas son distintas,
la India, sigue viviendo
en los tiempos anteriores
y en ella nada ha cambiado.
Cuando regresa a su origen,
a sus montes, a sus lagos,
a sus borregos de lana,
a sus caminos profundos
y a sus predios despojados.
En el día de sus días,
en esta nueva alborada,
cuando se mira a la raza,
que fue pariendo una India
bajo una ceiba encantada,
trinan los ruiseñores
y cantan hondo los gallos,
porque de esa piel olvidada,
de sol tantas veces quemada,
hoy baja de la cañada,
quien fundara nuestra estirpe,
lo que fuimos, lo que somos,
en esta tierra querida
que escogimos como patria.
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