Souraptor

Cálido cómo el Invierno

Es un frío y nevado día de invierno. Días como estos me la recuerdan. Era tan bella y su hermosura interna no tenía comparación. Aún recuerdo como la conocí.
Aquel día no pudo haber sido más maldito hasta entonces. No tenía un gran reportaje, no había buenas fotos, no sonó el despertador y me quedé dormido. Mi coche se descompuso y tuve que tomar el autobús.
Hacía tiempo que no tomaba el autobús y recordé que me molestaba hacerlo. Subí y entonces la vi. Era una belleza convertida en mortal. Sus ojos eran verdes, pero parecían hechos de plata, un verde que parecía plata; piel de porcelana y pálida, pero con una hermosa palidez, su cabello rubio como el trigo y un perfil de reina Elizabeth. Me senté detrás de ella y tenía un aroma a frutas. Quería, no tenía que hablarle y así lo hice. Me levanté y me senté a su lado. Saque mi cámara un lápiz y una libreta y dije tartamudeando:                                                                                                                      
-Hola- 
-Hola- me contestó con una sonrisa que derretiría un glaciar.                                
–Oye-continúe- soy periodista y tengo que hacer un reportaje sobre… amm… la comodi… dad de los diccionarios… perdón, autobuses. Si pudieras regalarme un poco de tú tiempo para responderme unas preguntas…                                                                        
-Hey- Le dio un corte a mi intento de hablarle- te ves con facha de periodista sí. Pero ¿para qué quisieras hacer un reportaje tan aburrido? Honestamente esa es la excusa más patética que he escuchado decir a un hombre para hablarme. Solo di tu nombre e invítame a salir, me llamo Diana por cierto.
Eso me dejó en shock paralizante; ya más cuando me tendió la mano para saludarme. Esa voz.
- Me llamo Fernando- conteste temblando y tartamudeando.- sí soy periodista y me encantaría salir contigo.
Y así fue cómo todo empezó.  Fuimos a ver una película trataba sobre… ahh no sé sólo podía verla a ella. Ella era artista, pintora más que nada, sólo que no le iba muy bien ya que sus padres la echaron de su casa, ningún museo quería sus obras y estaba casi en la quiebra. No pasó ni una semana para cuando le dije que se mudara conmigo.
- Sólo para que no vivas ahí… te juro que no intentaré nada.
Vivía en una pensión de quinta, un cuarto sin baño en un vecindario horrible.  Aceptó y trajo todo su estudio de arte a mi departamento. Seguíamos saliendo. Íbamos al cine, galerías de arte y fotografía, patinar, comer, al zoológico trataba de hacer algo diferente con ella cada vez que salíamos. Íbamos a beneficencias y ayudas para enfermedades múltiples, ya que a ella le encantaba a ayudar a otros. Pero lo que más nos encantaba a ambos era observar las nubes y hacer figuras imaginarias con ellas. Un buen día mirando las nubes me dijo:
- ¿Oye y cuando me vas a decir?
- ¿De qué hablas?- le dije porque  realmente no sabía a qué se refería.
– Pues, ya sabes, cuándo me vas a decir que me amas o algo por el estilo.
Realmente no sabía cuándo, más bien no quería hacerlo. Me causaba malestar estomacal esa clase de cosas.                                                                        
– Cuando menos te lo esperes te lo diré- le dije para tranquilizarla.                            
– Bueno yo sí te amo- ella me contesto dándome un beso muy cálido.
Pasó el tiempo. Vino la primavera, se fue, vino el verano y se fue, el otoño cayó, y regresó el invierno. Ese día nunca lo olvidaré. Regresaba de la oficina y vi a Diana vomitando. Le pregunté si estaba bien. Dijo que sentía muchas náuseas y pensaba que estaba embarazada ya que sentía eso desde hace unas semanas. Fuimos inmediatamente al médico a revisarla. Pero nos dijo que no estaba embarazada.  La noticia que nos dio no era buena. Se trataba de una enfermedad muy poco conocida que atacaba a los órganos más importantes; como casi no se conocía la enfermedad no había tratamiento o una cura, ni siquiera se sabía cómo se contraía. Dadas las circunstancias de la enfermedad, se deducía que era mortal. Rápidamente la internaron en el hospital hasta su deceso. Su último día de vida me llamó. Ya que estaba en el hospital todo el tiempo, no tarde en llegar. Me acerque le dije hola y le besé la frente. Ella me miró fijamente a los ojos y exclamó:                                                                        
-Fernando, este es mi último día y quiero pedirte que sigas con tu vida. Yo ya estoy a la vuelta de la esquina de mi fallecimiento, ya veo venir a la parca con su hoz bien afilada esperando mi deceso para tomar mi alma y llevarla a la tierra de lo no-vivos. No sé si merezco el paraíso o el inframundo, no importa. Lo que importa ahora es que me prometas que seguirás con tu vida, conocerás a otra mujer, te casarás y formarás una familia...
– P-pero… - la interrumpí-.                                                                                      
–Promételo- me interrumpió y se lo prometí.                                                                 
Ya han pasado treinta años y no he podido olvidarla. Me duele confesarlo pero la promesa que le hice nunca la cumplí.
Los últimos momentos que compartimos quedarán escritos en la piedra de la historia. La miré a los ojos fijamente y su belleza había desaparecido, pero su hermosura interna no.                                                                         
–Diana- exclame seriamente y sin bacilar- te amo. Ella me tomó la mano sonrió, asintió, suspiró y dejo de respirar.