En la pasada primavera
me plantaron un naranjo
que vivía prisionero en su maceta
con sus dorados frutos colgando.
En un seto de mi jardín
perfectamente preparado
luce esbelto y con postín
y la suave brisa perfumando.
Le rodean las margaritas
blancas, azules y amarillas
y las delicadas violetas
con sus moradas florecillas.
¡Qué bonito y atractivo
ha quedado el naranjo en mi jardín
que cuidaré con esmero cada día
y seguro me dará de frutos mil!
Una mañana lluviosa
en su liso tronco descubrí
una solitaria mantis religiosa
que gustó allí de subir.
Absorta y de rodillas
contemplaba el azul del cielo
o estaba a Dios agradeciendo
por crear algo tan armonioso y bello.
Y con el tiempo mi naranjo crecerá
y se igualará con el frondoso limonero
y ambos me darán lo que tanto anhelo:
alegría, paz y conduelo.
Y de Buñol tendré su Castillo,
sus ríos, sus montes, sus flores...
y de Valencia dos bellos frutales
con perfume de azahares.
Fina