un cofecito dorado que ella nunca soltaba, no dejaba ni que su empleado de confianza lo limpiara, su contenido era totalmente desconocido, solo esa vieja loca sabia lo que había allí, lo cuidaba mas que a su propia vida; y es que a decir verdad ese cofrecito era su vida, era lo primero que miraba en las mañanas y lo ultimo en sus noches. nunca entendieron el color del cofrecito, cómo podía ser que fuera dorado, cuando todas sus demás pertenencias eran verdes, incluso su taza de café y a pesar de tener hermosas cosas lo que mas le gustaba era ese insípido cofrecito dorado.
nadie le habìa conocido un amor en muchos años, y sus negocios cada vez estaban peor, ella era de pocos amigos, se enfadaba con facilidad y le horrorizaba el ruido de la ciudad, sus casas siempre fueron lo mas apartadas y simples que alguien pudiese ver. cuando llegaba a la oficina la secretaria le traía una taza de café, ni muy fría ni muy caliente, justo como a ella le gustaba, se lo tomaba con la mayor calma posible sin apartar ni un segundo la mano izquierda de su cofrecito dorado. estaba en la quiebra, pronto le emgargarían la empresa, la casa, su carro verde que porcierto era la cosa mas fea que jamás había visto; tal vez por el color; la vieja estaba obsesionada con el verde.
la curiosidad e incertidumbre carcomía a todo aquel que conocía ese maldito cofre hubiese sido mejor que no lo hubieses visto nunca; recuerdo que era una noche algo lluviosa y que me dijiste que solo irìas a casa de esa anciana para proponerle que te vendiera la compañia, que seria un buen negocio que ella ya no podía mantenerla y que tu la salvarías; te esperaba a media noche porque sabias que los amaneceres sin ti eran como un café sin cafeína.
no sé si fue tu mala suerte, o fue la vida... (o la muerte) la que conspiro en tu contra, aunque tu terquedad y curiosidad ayudo un poco. cuando llegaste a su casa me recordaste y decidiste llamar, solo dijiste que me querías y que me mandabas tantos besos como cupieran en la línea del teléfono. esa fue la ultima vez que te oi reír.
la vieja había preparado una botella de vino no muy buena, porsupuesto, la situación de ella no daba para mucho; la casa era agradable, una chimenea pequeña con un fuego lo suficientemente alto para no dejar sentir el frío que hacia afuera; te recibío muy formalmente y te ofrecío un café de bienvenida, colgó tu abrigo y tu paraguas, y pasaron a la sala.
hablaron de negocios y buen rato, y por alguna razón le agradaste empezó a contarte algunas de sus historias, mencionó su preocupación porque últimamente andaba algo mal de la memoria y ya casi no platicaba con nadie,le preguntaste acerca de su cofrecito y su respuesta fue que ahí guardaba algo que jamás permitíra que se le olvidara, mirabas tu reloj constantemente esperando una respuesta para volver a mi lado, creo que tambíen le mencionaste unas cuantas cosas de nuestra relación.
- una a esta edad tiene que estar yendo al baño cada vez que se toma una copa de vino, con permiso.- te dijo la vieja; todo suyo respondiste, no se si fue la confianza que le diste, tal vez su memoria que había fallado de nuevo o ya lo tenia todo planeado.
salió para el baño y dejo el cofrecito dorado sobre la mesa, ese cofre siempre sobresalía porque todas las demás cosas eran verdes, y tenerlo tan cerca fue una gran tentación para ti, lo pensaste varias veces, eso te quito mucho tiempo, pero asumiste que con una mirada bastaría.
lo abriste suavemente y solo hasta la mitad, ese viejo cofrecito tan simple y misterioso contenian los ojos verdes mas hermosos que jamás nadie se ha podido imaginar, nada que ver con el negro azabache de los tuyos, aunque sabias que a mi me encantaban, no pudiste despegar tu mirada ni mucho menos cerrar el cofre seguías mirándolos sorprendidamente encantado.
de repente la mano izquierda de ella cerro el cofre, viste su rostro arrugado del que salían lágrimas abundantes, cuando la primera cayó a la alfombra verde viste la espada que tenia en su mano derecha.
- a mi tambíen me enamoraron, la única salida que me quedo fue asesinar a su dueño para que me pertenecieran, no lo amaba a el solo a sus ojos, pronto se marcharía, se los llevaría muy lejos y yo quedaría vacía. yo en verdad lo siento, pero no puedo permitir que nadie sepa lo que hay aquí- dijó la vieja, llevando el cofrecito a su pecho.
ella cerro los ojos y antes de que pudieras reaccionar enterró la espada en tu pecho; caíste lentamente mientras cerrabas tus ojos negros azabaches que cada amanecer yo amaba más.