jesusmoreno

Pecado mortal

Había caminado más de tres pasos desde el final del camino real cuando se vio frente a un pino criollo que estaba en tres esquinas, se arropó con su largo manto tejido con lana de oveja, frotó sus manos y se quejo intensamente del intenso frío y de la gélida brisa que azotaba su rostro adargado con una pañoleta de trapo rojo.

Esperaba un hombre en medio de la noche a su cómplice en el pecado.

Don Antonio Pérez Heredia en la esquina esperaba, acudía al llamado de su muy amada Federica Ponte.

Esa tarde, la anterior a la madrugada fría que los amantes circundaban, durante un jaleo de celebración muy delicadamente, dejando caer de sus hábiles dedos un pergamino bien enrollado en el bolsillo derecho del pantalón de pana de Don Antonio, la frívola Federica propuso lo impensable, la hija de Don Evaristo, mujer del muy querido Don Bartolo, a Don Antonio lo sedujo.

 

“Espérame a las tres, en tres esquinas esta misma noche, tuya Federica”. Así decía la pequeña notilla.

 

Cinco minutos para las tres. El gallardo caballero deja entrever su impaciencia y por entre el sombrero y la pañoleta sus ojos brillantes con la luz de la lamparilla en la esquina de Acevedo destellan.

—¡Ya son las tres y esa Federica nada que llega!

Pensaba en los flirteos de la tarde, las miradas candentes y las caricias furtivas por debajo de la mesa del comedor, pero pensaba más en la Federica que tardaba tanto para llegar.

De repente por entre la maleza una sombra discorde se asomó y él de un tirón la pañoleta y el manto se quitó, dejo ver su figura juvenil, su rostro varonil la rectitud de su nariz y su espíritu que anhelaba sumergirse en el frenesí.

— ¡Buenas noches! Exclamo expectante en la espera de que la misteriosa figura de la dama que se acercaba se descubriera y se presentara.

Ella que caminaba como entre nubes, con pasos diáfanos y disparejos no acudió al llamado del Don Antonio enajenado.

Don Antonio de nuevo exclamo, — ¡Buenas noches!, —y ahora si, su queridísima Federica Ponte le contestó con alegre sentir.

Vigilaba y se aseguraba que nadie le hubiese seguido hasta allí, no podía darse el lujo de que alguien le vise ahí, era hija de Don Evaristo y mujer de Don Bartolo pero esa noche quería ser solo mujer de Don Antonio.

— ¡Hombre de mi corazón, dueño de mis pensamientos, he aquí, entre mis labios el fruto prohibido que hoy te ofrezco!

El, caballero al fin, desvió su mirada y en ademán lastimero se asió a ella y la sostuvo fuerte entre sus brazos, esperaba que levantase su rostro oculto entre su pecho, y comer de ese fruto prohibido que hacía nada le ofrecía.

Tantos años de sumisión impidieron que su cabeza se alzase invicta y coronase de gloria su idilio con el fulgor de un beso cadencioso, pero apasionado.

— ¿Es tu amor tan grande como el mío?

—Aun no lo puedo aseverar

—Entonces dime ¿Cuál es la razón de escapar del lecho de Don Bartolo, para refugiarte casi sollozante entre mis brazos?

—Rebeldía, no soporto el compás de su respirar, mi deseo mas grande es acabar con él, mi deseo mas grande es ser libre, viajar… ya son diez años derrotada a sus pies.

—Sé libre junto a mí, corramos hoy mismo hasta el amanecer, embarquémonos y lleguemos hasta la tierra que ve al sol nacer.

—Son dos tormentas las que devastan mi alma, la una tu faz oblonga  y asaz, la otra una vindicta que a cabo deseo llevar; temo por las dos.

— ¡Huye, aléjate del mal, ven hacia mí!

— ¡No hay mal que por bien no venga!

Recorrió con su mirar las execrada esencia de su tierna Federica que se develaba en el reino de las tinieblas como un monstruo al cual temía, pero anhelaba salvar. Bordeaba con sus gruesas manos las delicadas y blancas manos de su amada Federica e imaginaba la escena de la devastación la justicia impartida por tan angelical mano empuñada de ira e imperiosidad.