Rechinan a lo lejos, son maderas que se pudren de vergüenza,
cansadas de esperar al sol, de un amanecer que se ahogó en la noche.
Con cada pisada las revivo, gritan mientras se quiebran de tristeza.
Crujen esos corazones que sin alma no son más que el seco miedo de morir.
Por la ventana de la torre más alta, esa que se funde en la niebla espesa
de encrucijadas sonámbulas, de noches traspapeladas y días perdidos,
puedo ver el búho que me observa y me pregunta:
- ¿Qué tanto miedo a morir tienes? si ya estás muerto y la pena es la culpable.
Y si… ¿Qué tanto miedo puede tener el hombre?
la noche es vaga y soy sereno de mis sueños, no quise olvidarlos,
menos abandonarlos en el cementerio de lágrimas pasadas…
pero ahí están, y me gritan de espanto al no pasar a recogerlos.
Que cobarde fui…
ni el más demente hubiera dejado relegado el grito del alma,
el placer del cuerpo y la desdicha del querer con la fantasiosa
delicia amorosa… Que cobarde fui…
Lemos Maximiliano Daniel.
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