¡Oh! Reina de mi amor,
un hálito sagrado de los vientos,
suaves de aquel rubor,
entre mil aposentos
santos; de donde nacen sentimientos.
¡Linda!, ternura tanta,
¡cómo suspira mi alba!, en el jilguero,
que a ti venturas canta;
un beso tuyo quiero
y, amanecer en tus noches espero.
¡Qué fresco olor de anís!
¡qué rostro!, ¡qué distinta!, ¡qué elegancia!
la tuya amada Gris,
en la exacta distancia
¡Qué dulce amanecer, la de tu escancia!.
¡Oh! buscando tus labios,
encontré por espacios unos besos
suspirando cual sabios;
colgando en los cerezos,
frutos del amor, tus labios confesos.
Es sólo tu fragor
que amo; ¡nada supera tu belleza!,
¡ni siquiera el amor!
Ya no tengo tristeza,
desde que vi en tus dos ojos grandeza.
Tu cabello es más bello
que lo bello y, tu faz se me desborda
en tiempos de destello.
Tu piel nereida es la horda,
de una vid fresca, que por mi alma aborda.
¡Oh!, ensueño del verano,
místico de ese abril de mis ayeres;
Flor de viento solano,
musa de mi ayer tú eres,
en un marzo de agosto unos quereres.
Tus ojos, son eclipse
al dormir y, tu garbo la celeste
estrella de tu elipse
que va por el oeste
desnudando mi todo con su veste.
Pan y vino, verde heno.
Amada mía llena de claveles,
que suben por tu seno
cual universos fieles,
refulgentes de amor lleno de mieles.
¡Grito! al revés de mis
voces; <<¡te amo!>>, en mil y miles de auroras
se dirá; <<¡te amo Gris!>>
al unísono en horas,
que duermen de esmeralda las cantoras.
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John Morales Arriola.