arturo maldonador

LA CARTITA

Cuando niño, vivimos en un pueblito, San Mateo Huexotla, del Estado de México. No nacimos en ese lugar, de allí que nos pusieron el nombre de “arrimados”. Mi mamá, es decir tu bisabuela, se llamó como tú, Marina. Ella era “alteña”, el pueblo que la vio nacer se llama Tequila, del Estado de Jalisco. De allí se fue a vivir, muy pequeña, a San Cayetano, un lugar muy pequeño, muy cerca de Tepic, capital de Nayarit.

Se cambió de residencia a Guadalajara, allí conoce a tu bisabuelo, que se llama como yo, y se cambian a vivir al Cooperativo, colonia de los trabajadores de Chapingo, después a la Cd. de México, donde yo nací. De allí nos vamos a radicar al barrio de San Luis Huexotla, es decir a San Mateo.

Tu bisabuela tenía una letra muy bonita, ella me enseñó a escribir y a leer. Decía  que la letra se llamaba “palmer”. Es acostadita y junta, en nada se parece al tipo impreso que hoy se usa. Yo empecé a aprender también la letra impresa, por lo tanto cuando escribo a mano, lo hago de las dos formas.

Mi mamá, es decir, tu abuela, tuvo una hermana, Micaela,  que vivió en Monterrey, Nuevo León y según recuerdo era la única persona que le escribía. Aunque tenía parientes en Tequila y San Cayetano, salvo una excepción, dolorosa e indirecta, nunca tuvo relación ni correspondencia con ninguno.

Las personas que estudian a las mariposas, dicen que hay de dos clases, las grandes, que les pusieron ese nombre, y las pequeñas, generalmente nocturnas, de colores opacos y les llaman polillas, por la noche, vuelan alrededor de los lugares que tienen luz.

En mi pueblo, durante un tiempo no hubo luz, nos alumbrábamos con velas y con un quinqué. Yo recuerdo ver todas las noches infinidad de polillas que se quemaban en las velas o el quinqué, porque se acercaban mucho. No se por qué lo hacen, sólo que la luz las atrae. Curioso que habiendo tantas, mi mamá no les hiciera caso. Al día siguiente, eran parte de la basura que barría por la mañana.

Mas en ocasiones, al atardecer, se aparecía por el interior de la casa una solitaria polilla, en algún momento, después de andar volando por un rato, mi mamá se percataba y le daba mucho gusto, empezaba a decirnos en voz alta, a mí y a mis hermanas, “carta, carta, cartita”. Al principio no entendía, qué nos quiere decir mi mamá. Ya después lo comprendí.

El aviso de que iba a llegar una carta, era anticipado por la presencia de la pequeña mariposa. De niños nos poníamos a seguirla por toda la casa. Mi mamá nos decía, “no la espanten ni le hagan daño, nos vino avisar que me escribieron una carta.

No puedo precisar con detalle cuantas, pero muchas veces al día siguiente o a los pocos, llegaba la carta, llena de sellos, así se acostumbraba antes. Ese día, desde en la mañana, estaba pendiente del silbato del cartero. Cuando oía algo, me mandaba asomarme a la calle para ver si se trataba de él. Al fin se escuchaba el sonido y mi madre, llena de alegría, recibía la carta.

Siempre uso su delantal, se lavaba las manos y en el se las secaba, y si andábamos por allí, nos reunía alrededor y se ponía a leer la carta. Era de su hermana, quien le contaba su diario vivir, de su persona, de su trabajo y de sus dos hijos, César y Fernando, primos nuestros.  A mí me gustaban los timbres, nunca me los dio, le gustó mucho guardar sus cartas, eran su tesoro.

Durante años, la polilla fue el mensajero de que venía una carta en el camino. Abandoné el hogar para irme a un  internado a estudiar. La simbólica palomilla siguió llegando, aunque ya no viviera en casa. Ahora la palomita se fue a vivir conmigo, y también en tantos lugares que viví, a veces veía una de ellas al morir la tarde, o por la noche, con la luz artificial, veía una por mi cabecera, y en el pensamiento me llega el silencioso mensaje de mi madre, “es una carta hijo, espérala”. Y también, muchas veces resulta cierta esa premonición.

EL POETA DEL AMOR. 10-09-14. CABO SAN LUCAS, BCS. MÉXICO.