En un instante cambio su pasión por frivolidad y ella supo que ya no estaba en su poder rescatarla. Los besos forzados nunca han sido su taza de café y la remontaba a días tenebrosos donde la inocencia fue arrebatada de sus pupilas. El silencio la cortaba como a un trozo de carne – siempre así de profundo quién podía culparla. Su pecado fue sentirla tan profundo en su alma que se olvido de sí misma y sus demonios. Por alguna razón ella se desprendía de sí en las noches a su lado y quizás era el amor que la tenia rectificada; pero a esos males no se les sana en meses. Ella tenía esperanza que la vida le diera, por lo menos, media sonrisa; que su vacio pecho se llenara de amor y que ya no doliera tanto en los huesos, pero su carácter saboteaba cada paso firme. Aquella noche la poseyó su peor demonio y enfrió cada centímetro de su corazón. El girasol en sus ojos quedo quemado y así bajo cero volvió a sí comprendiendo que sigue siendo la misma infeliz jugando al amor; enamorada de la discordia y el caos.