UN SUEÑO DE AMOR (CAPÍTULO V)
Carta de Sofía al Comandante del Crucero Canarias.
Señor Comandante del Crucero Canarias.
Muy estimado Señor:
La causa por la que escribo
tiene profundo motivo
y en mí, profundo dolor.
A Don Ros lo he conocido,
es Teniente de Navío
y de “ la Cerca y Muñoz.”
Él es todo mi delirio
y por él muriendo vivo,
dígame que tal vez murió.
Mi Comandante querido
piadosamente le pido,
¡tenga de mi compasión!
Si está abordo cautivo
o tal vez otro destino,
¡dígamelo por favor!
Sabrá que no tengo alivio
y en este dolor me aflijo
partiéndome el corazón.
Si al extranjero se ha ido
y a otro amor ha elegido,
¡dígamelo oh, buen Señor!
Son cinco meses perdido
y nadie en tierra lo ha visto;
¿qué fue lo que pasó?.
Si de él tuviera aviso
en mi piedad le suplico
¡que me lo diga Señor!
(El Comandante recibe la carta de Sofía.
Le advierte que todas las cartas dirigidas a Don Ros,
están a bordo cuidadosamente guardadas. Por su gravedad,
no se le entregaron. Tan pronto se restableciera, se le darían)
Carta del Comandante a Sofía.
Muy querida y respetada señorita:
Visto su piadoso escrito
quiero decirle una cosa,
a parte de lo sufrido…,
que su Don Ros no está muerto,
resucitó y está vivo.
Quisiera contarle todo
del Teniente de Navío,
estuvo gravemente enfermo
pues no llegó a morir
porque Dios así lo quiso.
Cuatro enfermedades tuvo,
la \"pleuresía\" ha tenido
otra la \"tuberculosis\",
las “paperas” con el “tifus.
Ya se levanta de cama,
y recorre los pasillos,
y come cual sabañón
y ha ganado cuatro kilos.
Tengo todos sus informes
y le quiero y soy su amigo,
él está en San Fernando…,
y aunque está,no es su destino.
También retengo sus cartas
guardadas co mucho mino,
para cuando llegue aquí,
dárselas con mi cariño.
Le vamos a mandar a casa,
que se tome su permiso,
y que se gane las fuerzas
con esos bueno jamones
y buenos bollos de trigo.
Puede respirar tranquila
y retire los suspiros,
y su alma cante alegre
porque Don Ros no se ha muerto;
y gracias a Dios está vivo.
(Sofía recibe la carta del Comandante.
Después de leerla, se prepara para ir a Cádiz,
para ver a Don Ros: pero una fuere gripe,
le impide marchar. Después de tres semanas
toma aliento y prepara el viaje)
NARRADOR:
Al recibir la misiva,
Sofía rompió a llorar,
rompió a llorar de alegría
y de asombroso penar.
La abrió de prisa y corriendo,
la leyó en un compás,
sus lágrimas era ten densas
como bolas de cristal.
Pues le temblaban los labios,
no cesaba de llorar,
y cuanto más la leía,
el llanto se alzaba más.
Aquella era locura,
locura la de verdad
Sofía besaba y besaba,
la carta del Capitán.
Después de acabar de leerla
comenzó a meditar,
que talvez se iba a Cádiz,
bien por tierra o bien por mar.
Los días se consumían,
el mes estaba a pasar,
ya no vendrían demoras
y dispuesta a marchar.
Cuando el carro y los caballos
vinieron para embarcar,
las maletas de Sofía,
varias gentes desde lejos,
salieron a murmurar…
¡Qué loca!...
¡Qué barbaridad!...
Tanto por un hombre,
decían los del lugar.
Mas cuando se procedía
con los caballos marchar,
el cartero desde lejos
no hacía mas silbar.
En una mano la carta
haciendo rara señal,
Sofía saltó de carro
a ver qué podía pasar...
Cuando llegó el cartero
no podía respirar,
y al verla se puso blanca
y a punto de desmayar.
La guardó sobre su pecho
con sonrisa angelical,
mandó bajar las maletas
y al carretero marchar.
Era carta de Don Ros,
después de tanto penar,
el Don Ros en San Fernando,
y Sofía en Ortegal.
(Sofía da lectura a la carta de Don Ros
después de cinco mese de ausencia)
El amor cuando vive en ti
es inmensamente querido
y por él has de vivir.
¡Oh, perla del viento!
¡Oh, hechizo de mi vida!
Montaña de mi sangre
¡Alivio de mi pecho!
Nuca podré explicarte
lo que e mi ha sucedido;
no sabes cuánto he llorado,
ni sabes lo que he sufrido...
No sabes ¡oh, cielo mío!
que terrible fue mi estado,
y cuantas cosas yo he visto.
Dicen que ya estuve muerto,
mas no he sabido el motivo…
unos que la tuberculosis.
Otros la “pleura” con “tifus.”
Mi cuerpo estuvo esqueleto,
a la muerte por un hilo,
mejor fuera que muriera
antes que paralítico…
Respiración me faltaba,
ya no tenía apetito,
los doctos no descartaban
un adiós definitivo.
Yo me quise suicidar,
aunque no había motivo;
pero mi estado era grave
para proseguir contigo.
Ya no sería un hombre
y tú madre de mis hijos,
sólo un sueño y una quimera
que nos brindara el destino.
He llorado tantas veces,
no por dolor ni martirio,
sino por perder el amor
que ya había conseguido.
Y rogué a Dios llorando
en angustia y afligido,
que no muriera en la cama,
como si fuera un tullido.
Sobre los pies de mi cama
me miraba un crucifijo,
y angustiado le pedía
que me dejara contigo.
Los enfermeros me daban,
ánimo, aliento y alivio,
y las monjitas que había
también su amor infinito.
Era la pena de todos
por estar tan delgadito,
pero el consuelo que había
era más fuerte que el ”tifus.”
Cuánto yo, pues, he llorado
y cuánto por ti he pedido,
vinieras a consolarme
con tu nostalgia y cariño. (sigue)