Black Lyon

Frente al espejo te hice mujer.

NOTA DEL AUTOR.
\"Muchos conocen mi versátil manera de escribir, entre ellas, la visceral. El escrito es para personas con un muy amplio criterio.\"

 

Sí más no lo recuerdo, todo empezó de esta manera:

 

De una forma epistolar, nos escribimos. Fueron tantas las cartas, que llegamos al acuerdo, donde finalmente, conoceríamos nuestras almas…

 

 

Mi periplo inició, acaeció que, llegué a las aguas del norte. Entre los menesteres de un viaje, la esperanza fortalecía mi corazón, pues al llegar, el amor de mi vida estaría esperándome justo donde acordamos.

 

 

Llegué, y tal cual dijo mi mujer, ahí estaba. Con primor cuál bello invierno, fulgurosa, exuberante, y sobre todo con una sensualidad descomunal. ¡Qué hermosa mujer! Sin ponderar, puedo aseverar que, para mí, la mujer ideal, una joya encarnada. Cierto es que, le he escrito a varias mujeres, que tal vez, por ser maravillosas, las llamé “inefables” Empero, ésta mujer, es “inefable entre lo inefable.” Mujer entre las mujeres.

 

 

Los caballeros me comprenderán; aquella combinación perfecta que siempre buscamos, una mujer inteligente, dentro de un cuerpo exquisito. Así es, no hay que hacernos pendejos, es la realidad. Aquella mujer, es lo que siempre deseamos. Envídiame.

 

 

Cual guerrero, no temía lo desconocido, aunque así fuera, no conocía en lo absoluto nada de aquellas tierras, pero mi hermosa mujer, aguardaba con templanza. De una mirada hipnotizante, un rostro sutil, delicado. Con rasgos dignos de una musa. No exagerando, un cuerpo de lo más perfecto. Un cuello fino, donde mis dientes quisieran inocularle placer. Una silueta, maravillosa. De pechos firmes, tamaño perfecto, vientre surcado, caderas suculentas y unas piernas, torneadas como si fuese hecha por un escultor, el mismo Miguel Ángel. La perfección.

 

 

Pero, ¡qué va! “caballeros.” Escoria de pervertidos, ¡jajá! Los llevaré justo a lo que desean leer. Pues es verdad que los hombres somos más chismosos que las mujeres, siempre vanagloriándonos de nuestras victorias con las mujeres, como sí fuese una competencia. Leed entonces, hombres taimados de la calaña miserable.

 

 

Llegamos a los aposentos del placer, la alcoba donde dicha mujer, tendría la dicha de experimentar la sicalipsis en su forma más pura… Y yo, no me encontraba exento, pues en su placer, está mi placer.

 

 

En cuanto la puerta azotó, la mujer se me abalanzó como una fiera. Comenzamos a besarnos apasionadamente, como con una desesperación por el deseo acumulado, donde la respiración es mitigada y las palabras permutadas por gemidos y gañidos. No había espacio alguno entre los dos, ni un alfiler cabía. Estrechados, abrazados, mientras nos besábamos, danzamos sin darnos cuenta de los objetos circundantes. En un descuido, ella, así es ella, bajó su mano abruptamente para introducirse con pericia hasta mi pene. Por supuesto, como todo hombre viril, ya estaba más que listo. Erecto cual obelisco. Empezó a masturbarme con vigor, con una velocidad que acuciaba mis pensamientos, aquel deseo de todo hombre, penetrarla lo antes posible. Sin embargo, me gusta jugar. ¡Cuál rápido estimulaba el miembro! No temía “venirme” pues en controlar la mente y la respiración está la respuesta. No tardé en agarrar con fuerza sus nalgas, como si fuesen de mi propiedad, digno del varón, someter a su mujer. Cuando agarré con fuerza sus nalgas, (muy perfectas) la excitación aumentaba de tono. Aquellas nalgas, son delicias que en cuanto hombre las observa, el instinto animal se apodera de aquel sujeto, y sabe, que solo quiere montarla y venirse dentro de ella. (Prosigo.) Soltó un gemido bastante fuerte, ella no podía ni respirar, pues la que parecía tener el control, ahora estaba a punto de saborear las delicias de “un buen sexo.”

 

 

Acaricié su espalda, besaba su cuello apasionadamente, mientras que con mi mano izquierda halaba su cabello. Como todo buen caballero, (¡jajá! ¿Qué juzgan? ¿Les arruino el momento? Pues mi escrito, solo te ordeno que sigas leyendo) desabroché su “bra” sin que ella se diera cuenta. La experiencia. Prontamente, tenía a mi vista, un perfecto par de senos, y por si fuera menos, adornados con unos exquisitos y pezones, ¡justo de aquellos! De los que son perfectos en tamaño y dimensión, ahora, bien paraditos, como para recordar mi niñez. ¡Excelente! La empujé a la cama, mi camisa por arte de magia desapareció, y aquellos deliciosos y perfectos senos, expuestos a mis deseos, me hicieron perder la razón. Sin pensarlo, con mis brazos sometía sus muñecas, y mi pene lo tallaba entre sus bustos. Sentía como el prepucio estimulaba el glande, ella no dejaba de gemir y yo no dejaba de jugar con ella. Quería gemir, pero cada gemido suyo, lo ahogaba con besos pasionales, para que su respiración se acelerase y se aumentara su deseo. Yo no la iba a penetrar hasta que ella, de rodillas, suplicara por ello, como si fuese una panacea de sus delirios concupiscentes. Bajé ahora yo mi mano derecha, y no fue sorpresa, pero el néctar que emanaba de su deliciosa vagina, gritaba por mi pene. En cuanto sentí, la increíble saturación de fluidos femeninos, no me pude dar el lujo de perderme de aquél espectáculo. Inicié a estimular su clítoris de la manera adecuada (las damas me entenderán) es decir, con la presión adecuada, los movimientos requeridos y la velocidad indicada. Con premura, sus piernas comenzaron a torcerse, a temblar, me dijo entre gemidos, que pronto se vendría, pero se lo prohibí, tal cual, y obedeció. No pudo contenerse, y tuvo un orgasmo fortuito. Con la fuerza del momento, le di vuelta a su cuerpo, la puse en “cuatro” y de mi coraje, por no obedecer, la llené de nalgadas, con toda la fuerza masculina, hasta que mis manos me ardieron. Por increíble que pueda leerse, ella pedía más… (Así es, les gusta que sean sometidas, y en esos instantes, el dolor se va tornando en placer. Muchas mujeres me tacharán de machista, abusivo, visceral, poco caballeroso, animal, cierto, pero en la cama, sus secretos se quedan conmigo.)

 

 

Aún estando ella en “cuatro”, volteando de reojo, mordiendo sus labios, con esa mirada que te hace entender, “quiero más”, jugaba con su lengua, sus labios, sus pechos. Bien sabía que me encantaba lo que estaba haciendo y a mí, lo que yo le estaba haciendo. Es tan grato para un hombre, ver que su mujer lo seduzca aún en el mismo sexo. Moviéndose como leonas, lascivas, con las caras de placer, donde los pensamientos no es “que pensará” sino “que irá hacer.” Viendo, que ella me incitaba a una “cojida” bestial. En esa posición, comencé a lamer cada fluido que de su deliciosa vagina emanaba. Lentamente lamía cada contorno de su sexo, mientras, yo, no podía dejar de masturbarme. Con mi lengua estimulé a tal punto su vagina, que logró tener otro orgasmo. El líquido recorría y escurría entre sus piernas. Por lo tanto, lamía desde sus muslos, hasta llegar a la estética vagina. (Una vagina, impecable, de aquellas que, dan ganas de comerse.)

 

 

Cuantos de sus gemidos no saturaron mis oídos, sonidos de placer que solo, como en tautología sexual, nos daba más placer. En el sexo oral, agarré sus piernas con fuerza, arañaba sus nalgas, y ella movía su cadera hacia mi lengua, e incluso, arriba y abajo, para que pudiera lamerla mejor.

 

 

Ya teníamos mucho rato con aquellos juegos, entre sudor y excitación la cargué y la puse de frente a un espejo de tamaño completo. Ella podía verse con claridad, mientras yo me acercaba con una cautela, digna de un felino, para hacer lo inevitable. Halé sus brazos hacía atrás, y con la mano izquierda agarraba sus muñecas, y la mano derecha, bueno, tanto le pellizcaba sus pezones, la estimulaba o incluso sometía ahorcándola.

 

 

Aproximé mi glande hasta su clítoris, rozándolo, y entre el orificio de su vagina, solo introducía acercaba el pene, sin penetrarle. Empezó a gritar -¡Quiero que me penetres!- Yo, muy alegrado estuve a punto de hacerlo, pero no había escuchado… “por favor.” Seguí jugando en la entrada, hasta que finalmente, me dijo: -¡Cójeme por favor!- Después de eso, le di la primera embestida sin detenerme, dando entrada a que todo mi pene estuviera dentro de ella. Onomatopéyicamente, puedo traducirlo tal cual –mmmmm.- Con ese gemido de placer soltó nuevamente otro orgasmo. Pero aproveché la situación, y la penetré con vigor. Halando su cabello, sometida en sus manos, no podía ni moverse. Me la estaba cojiendo tan duro, que comenzó a tener orgasmos múltiples, pues su punto G, estaba muy hinchado. No paraban de temblar sus pobres piernas, y su espalda, parecía un lienzo donde marqué las zarpas de león. Sin mencionar las hermosas nalgas. ¿Coloradas? No, una tonalidad inclusive morada. Cuando ella se estaba viniendo, una y otra vez, más duro se ponía mi pene y ella más se mojaba, era inevitable, como si lo único que nos pudiese detener, fuera la muerte. En cada orgasmo, cada gemido, mi sexo reaccionaba. Intentaba mirarme, pero sus ojos se perdían de placer. Aquella mujer, quería decirme entre los mismos gemidos, que me detuviera, yo bajaba la velocidad, pero luego seguía pidiendo que la penetrara. Cada vez que me pedía que me detuviera, más adrede no me detenía y jalaba más su cabello, besaba su cuello, sus lóbulos, agarraba su cara fuertemente y le decía autoritario,: -¿Te gusta como te cojo?- Ella respondía: -¡Me encanta papi, no te detengas! No me detuve.

 

 

¿En que termina? Esto sencillamente es el preludio, pues en todos los lugares posibles, hay una historia.

 

BLACK LYON

 

  
Frente al Espejo te hice Mujer - 
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