Sabía que el equipaje estaba listo desde aquella noche.
Que partirían más tardar mañana por la mañana
porque ya los había escuchado, a los vagones.
No era un secreto para nadie, que ellos, los vagones
ya estaban hasta los pelos con eso del Norte,
con eso de las ciudades, y los puentes encima de otros
puentes.
No era un misterio para nadie, porque no lo era, no misterio
eso de que extrañaban su Patagonia, sus tierras...
eso de que echaban de menos sus containers,
sus galpones;
esos acogedores de tesoros tan acogibles.
Sin embargo, ya había sido la noche, ya de día
ya de cinco y treinta de la mañana
ellos comenzaban a encender faroles
a abrigarse
porque empezaban a sentir el frío
los galopes de sus caballos silvestres
las corrientes heladas de sus sierras.
Era todo bello, ¿sí?
Eso de tres años
eso de nuevamente casa y chimenea
eso de vagones listos, de carbón en la cubierta.
Eso de yo abordo en los vagones
como último remedio a mi locura.
El sur…
¿No es acaso hermoso
eso de siempre frío,
el café por las mañanas,
los pinos, las riveras
las riendas de los trenes siempre nevadas?