Que bien se ve, tu cabecita plateada,
en la blanca, tibia y mullida almohada.
Donde yace indolente,
tu cabeza, reclinada.
El día se muere, en nubes suntuosas,
una bandada de pájaros, escucho a lo lejos.
Y en el jardín, se mueren las rosas.
Una gran tristeza me envuelve en la penumbra.
Y la oscuridad de una muerte, es la que me alumbra.
Callada se quedó, tu boca pálida.
Y la pinto de falsa primavera.
Oprimo tu mano, aún cálida,
porqué deseaba, que aún conmigo estuvieras.
Como quisiera que sólo fuera,
el cansancio vago de un día.
Y por la mañana despertaras, radiante de alegría.
Dios, que por la muerte de tu hijo sufristes tanto
que brille nuevamente su mirar profundo.
Levanta esa cabecita, que tenía encanto
y que vuelva a vivir las maravillas del mundo.