Existe un país que sobrepasa a la luz de mil albas
un territorio marcado por los volcanes y las flores,
por los gorriones es cantado, los colibríes lo anidan.
Allí, el aire se viste de tanta pureza y es un niño
que corre tan ligero que nos lleva en vilo.
Ecuador, de la mitad, Ecuador de la cintura terrena:
amo tus latitudes, tu verdor de esmeralda y lima,
tus ojos de pájaros multicolores, tus aromas
de melcocha tibia, de nogadas y maní de las tardes.
Ecuador, el país del sagrado maíz urgente
de los rizados trigos, de las cañas dulces y sonoras
del café, el cacao y el amarillo enceguecedor del banano.
Ecuador de mis raíces que apresan y me hunden
Ecuador de sol que se reparte como el pan de cada día
de mares cristalinos, de tranquilas marejadas que visitan playas
Ecuador de esquirlas de luz, de adánicos comienzos:
te llevo en mi sangre, esta savia tan roja que es tu esencia.
Por ti, a cada ser que ha sido y será lo llevo en el pecho
y me siento eterno como lo son tus horizontes azules
que no se cansan de repetirse más allá de los Andes.
Y quiero que tu olor a madera no sea cortada
quiero tus penachos altos y blancos por la nieve
tus selvas de vida por siempre verdes las quiero
que tus ríos sean limpios y me inunden
quiero los brazos y rostros de tu gente multicolor
los labios de tus frutas recorriendo mi piel, quiero.
Veré pasar el tiempo, desde mi rincón, mientras muero.
Podré descansar en tu silente vientre, regresar a tu útero de arena
luego de haberte amado desposeído de tiempos y renuncias.