El reloj sincroniza su pálpito
a la par de nuestra respiración.
Mis manos hurgan entre tu cabello buscando los minutos
que me ha robado el contemplar tu ser,
y encuentran un momento,
un íntimo segundo que se viene iracundo contra mí.
Nuestros cuerpos, bajo ese redoblar lento del minutero,
se encuentran estrechados,
cual si alguna fuerza
nos arrojara el uno contra el otro,
como si tu mundo y el mío
nos empujaran a un rincón pequeñito
donde apenas cabemos los dos.
u pupila iluminada de enigmas y secretos
se clava sobre mí,
casi sin querer, casi con deseo,
con miedo de alumbrarme
con sus rayos de jade y terciopelo;
y me veo en ellos,
más allá de mi pasado,
mis demonios y mis tiempos.
Me desnuda la fuerza de tu placer,
el inocente espasmo de tu sueño junto a mi insomnio,
la fina espesura de tu aroma
que flota por doquier;
y desnudo, sin carne ni piel,
me descubro sincerando
Aquello que he guardado
para el crujido del tiempo
En mi reino desolado,
te digo estos secretos
resguardados con esmero,
y tú escuchas, tú lo abarcas
y consumes con brazos y labios
que a volar enseñan, y volando van.
El reloj sigue empujando a la tierra,
mientras en mi universo
las estrellas estallan y proliferan,
como lo hacen en tu basto cielo blanco aquellas pecas.
Retumba un segundero en mi pecho,
un segundero que a veces galopa con tu beso,
o se detiene de lleno al escuchar en tu silencio
algún sonido parecido a mi nombre,
parecido al designio
de que entre tú y yo,
el tiempo es sólo un invento absurdo del hombre.