(soneto)
A Ann Druyan
Me gusta la mujer audaz, valiente,
la que con eficaz filosofía
desecha toda vana fantasía
que implique un Ser, un Dios inexistente;
la que no afirma un alma trascendente
por simple y ordinaria cobardía,
y acepta que hasta el Sol será de fría
estrella muerta, fosco remanente;
la que no solo es flor con su fragancia
sino también palabra de sustancia,
lenguaje vigoroso, de virtud;
aquella cuya brava inteligencia
no teme a los hallazgos de la ciencia,
pues busca, sobre todo, certitud.