Caminaban las alondras sobre las piedras redondas
de la calle en que vivía, de noche sólo alumbrada por la luz tenue y gastada
de un farol envejecido.
La brisa traía unas notas y de la lluvia unas gotas
acariciaban las piedras, piedras que eran como perlas,
una vez quise moverlas, pero me movieron ellas:
mi sangre formando trillas, rodó corriendo a mis pies...
piedras y sangre se unieron, y a la vieja calle dieron
una piedrecita más.