Regreso al árbol
Entre redes de lluvia, entre pantanos
de plena soledad y cuatro panes,
entre la sopa fría de los males
que quedan por vivir, entre relojes,
entre la libertad de quienes cantan
y quienes por garganta tienen piedras
o cálculos sin piel, ruedas del tiempo
que a veces, por tragar, los deglutieron
en la noche, en la verdad, en la agonía,
entre electricidad vuelta caricia
y un beso hecho temblor, y una mentira
que cobra en la verdad un solo puesto
y en él el vencedor sólo sonríe
tras la máscara que le dio el duro silencio,
entre, insisto, la edad de los caimanes,
cadenas montañosas y pendones,
orígenes del mundo, vueltos flechas
y estatuas tutelares de fresca savia verde,
a alumnos de la selva reconozco cual semillas
que en la escuela del rocío echan raíces,
para volver después de un largo viaje
vueltos sauces, alerces, araucarias matinales
y robles sin crueldad en su estructura,
en su simple humedad de hijos del cielo,
que esperan por el ángel de la sierra
y por el ogro que parte en dos su pecho
para forjar mesas futuras y camas y graneros,
en el bosque del sur de mis recuerdos,
allí donde hay arañas prodigiosas
lanzándose en su azul paracaídas
para atrapar las moscas del abeto,
para encriptar sus huevos en la entraña
de un viejo saltamontes casi muerto ya de pena,
es allí donde las redes me devuelven
a un musgo color piel, color infancia
en que desnudos los pies se me adentraron
sobre flechas de pino ya doradas por el fuego,
ya anaranjadas por el peso del otoño
y en directa dirección a un humus terco,
allí me doblegué ante mis hermanos,
árboles más sabios que la luna,
más altos que el amor, con más raíces
que los pobres humanos trashumantes,
allí me acariciaron las semillas,
las ramas del color del mismo cielo,
las hojas reflectantes del sol padre
y el aire de una paz por siempre ahíta,
recuérdanos, dijeron las raíces,
habítanos, me dijo el viejo tronco
y en cada corazón de la madera,
en cada silla, puerta, fósforo inclemente,
reviso y revisito aquel pasado,
en ese lápiz con que el niño me sorprende
sacando como un mago mil dibujos de sus manos,
en cada mesa llena de invitados
en que la sopa huele a un sol de gloria
y el diálogo sucede cual las lianas
que ataron su verdad al corazón de los viajeros,
y en cada fiel cuaderno, hojas de luna,
abrazo el porvenir de aquellos años,
las letras son las flores que abalanzan
su aroma y se belleza entre abedules,
las huellas de un arroyo son palabras
que siempre abrevarán mi pensamiento,
y el himno que aprendí por las ciudades
sé que no es otro que el que ayer me diera el árbol,
el padre de la vida, el emisario,
que sin pie recorrió toda la historia
para dejarme aquí este fiel cuaderno,
para aguardar conmigo un fruto fértil
en que nos abracemos como niños
cuando ya la primavera esté de vuelta entre nosotros.
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16 09 14