Llorar con los ojos de tu pasado.
Escoger tu desnudez,
de crayones destruidos por la lluvia.
Amarte las vocales
que son dos pájaros aprendiendo,
a volar desde tu boca.
Uno a uno,
como si fueran varios los que existen:
El niño que tiene un carboncillo
y lo reserva a su mano adulta.
El joven llorando al ver la mariposa
muerta de sus poemas
y que es mujer conviviendo con él,
cuando la añora.
El adulto es esa sonrisa
que llega,
cuando el carboncillo
ha dibujado en la tiniebla
tu silueta atravesando
el color sepia de mi insomnio.