He dejado una huella en tu cuello
de besos, como llovizna de alba,
y mi sonrisa llegaba como campanas
en su tañir de la alborada.
El alba sorprendió una estrella,
que se quedó en silencio colgada,
mirando como tú me amabas.
Mientras el sol abría hendijas
en la brisa que enamorada
en las esquinas remolineaba.
Tus ojos negros de manso mirar
me bebían en aquellos mis versos,
que remontando nuestros vuelos,
que por ti fueron a buscar.
Fue ese Parque el fiel testigo
de dos almas, que bajo su abrigo,
vencieron la distancia
y se juntaron para amar.