Por aquí pasó Raimundo.
Fue tan raudo su pasado
que un soplo duró, un segundo,
y en pensar ya se ha olvidado.
Se creyó dueño del mundo,
consiguió ser hacendado
de un patrimonio fecundo
y ya todo lo ha dejado.
¡Pobre infeliz! Cuan profundo
fue tu error, mal calculado.
Tus hijos por su legado
se volverán iracundos.
Y en tu lecho moribundo,
¡tan tristes, tan apenados!
no tardarán ni un segundo
en disputarse. Y al lado,
ya en tu lecho amortajado
tendrás que escuchar los gritos
partiendo el botín maldito
sin respeto a ti, el finado.