kavanarudén

Entrega total

 

 

 

Y me adentré despacio en el océano insondable de tus deseos.

 

Cubrióme la pasión que emanaba tu piel morena, sedienta de mí. La mía, sedienta de ti.

 

Me embriagué con el néctar dulce de tus besos y de tu aroma salvaje.

 

Fui perdiendo la noción del tiempo en medio de tus brazos firmes.

 

Tus manos escrutaron cada parte de mi cuerpo, arrancándome sensaciones prohibidas, placenteras, inconfesables.

 

Tu lengua, danzando con la mía, pudo hacerme sentir el sabor a ti, que aun conservo como un manantial de aguas misteriosamente profundas.

 

Tus caricias fueron el bálsamo milagroso que hizo renacer, revivir, cada parte de mi cuerpo.

 

Tu respiración entrecortada, haciendo compás con la mía, me elevó a un mundo mágico donde reinan solo las sensaciones y nada más.

 

Tu sudor, mezclándose con el mío, dieron origen a una fragancia esencial, mezcla perfecta de aromas antiguos hechiceros.

 

No hubo parte de tu soma deseoso, ardiente, entregado, tembloroso, que no besé, lamí, olí o degusté, adentrándome en el misterio devorador de la pasión sin límites.

 

Nuestros corazones latían fuertemente al unísono, uno sostenía al otro, uno envolvía al otro, uno cuidaba al otro, mientras cabalgaban por las sábanas blancas, arrugadas por el combate ardoroso.

Tu boca candente hizo que eructara el volcán profundo que llevo dentro, haciendo emanar la esencia pura de mis entrañas, mi líquido vital, que se mezcló generosamente con el tuyo.

 

Tu cuerpo fue mi descanso, el mío el tuyo, mientras nos decíamos en un susurro silente: “te amo, amor de mi vida”.

 

Nuestra desnudez fue cubierta por lo rayos plateados de una hermosa luna en plenilunio, que ruborizándose entró por nuestra ventana.

 

Morfeo se acercó tímidamente, haciéndome perder en lo profundo de nuestros sueños. Mano de la mano, desnudos, felices, libres corríamos por una playa desierta. Deseé que ese sueño fuera eterno…