Homenaje al genial bohemio gallego fallecido este año.
La última vez que entré en el Savoy, se empaparon mis pulmones
del humo penetrante de los Lucky Strike y Chesterfied sin boquilla que invadían la sala. El refrescante olor a colonia barata de las putas rubias teñidas que se agolpaban en la barra del bar, me hacía sentir más joven. Me acordaba de que siempre que se desnudaban entre la luz tenue de una bombilla parpadeante, parecían haber perdido medio kilo en cada teta, al despojarse del grueso sujetador
Recuerdo los tiempos en que Sally Winston, una hermosa cincuentona rubia natural, que nunca logró triunfar en Broadway, me dijo tras unos martinis con su voz cascada :
¿sabes Johnny?, los hombres de mi edad solo dicen la verdad cuando tras al hacer el amor, me dicen cortesmente : El placer ha sido todo mío Sally.
De pronto reconocí a Rocky Guliano, el mafioso que controlaba el Westside. Era el hombre con mas capacidad de persuasión que he conocido. Una vez que estuvo con una de sus amantes y tras acariciarle sus partes íntimas un buen rato, al volver a casa, consiguió convencer a su mujer que venía de jugar al póker con el vecino del cuarto que era pescadero ,sin cambiar de baraja.
Rocky era un sentimental. Siempre mataba a sus enemigos con las seis balas de su revólver Rutger, para no hacerles sufrir, y si había tiempo, rezaba en siciliano una oración por su alma.
Murió en un rincón de Harlem de un solo balazo en la frente, que le disparó un calabrés ,y sin rezos. Solía decirme tras un par de tragos de Mc Callan puro, que en esta vida no hay justicia. Y creo que tenía razón.
El inspector Tony Brown, muy gentil siempre con las vendedoras de cigarrillos que pululaban por el Savoy, solía recoger datos del confidente pianista, que siempre aprovechaba para tocar “As time goes by”. Cuando las putas y los gansters sentimentales, aguantaban las lágrimas pensado en Boggy e Ingrid en Casablanca.
El Savoy es todo un mundo. Un simple microcosmos de New York, del que más adelante, les contaré otros detalles.