Hay cosas que entendemos con tanta claridad que no hace falta
que estudiemos idiomas o asistamos
a las clases nocturnas,
puede ser
que nos quede un tonillo a madreselva ignorante
pero estamos seguros de que un ave y un pez no son lo mismo.
Sabemos que el país de las hadas se construye
con palabras azules,
que sentirse jirafa no es tener ojos grises
ni un obispo precoz es quien renuncia a los pechos de su prima,
sabemos que los príncipes hablan el lenguaje
de las flautas oceánicas,
que emergen
de mar las catedrales y que hay monjas colgadas de los árboles
al sur de cada isla.
¿O quizás no es así?
No tenemos constancia de que el mar nos redima a todos juntos
si siquiera
de si el mar es dolor o es transparencia
o es sólo una actitud que bien podría entenderse como un juego de naipes.
Porque si algo nos salva
no es vender estampitas ni colgarnos del cuello escapularios,
es creer en nosotros, ser nosotros
y todo lo demás son circunstancia que no forman un libro.