Presten oídos, oh cielos, déjenme hablar
¡Que la tierra oiga las palabras que declaro!
Que descienda mi poema como la lluvia
Destile mi habla como el rocío
Como aguaceros sobre renuevos, como gotitas en la hierba.
Recuerda los días de antaño
Considera los años de épocas pasadas
Pregúntale a tu padre, él te informará
A tus ancianos, ellos te contarán
Cuando el Altísimo le dio a las naciones su hogar
Y estableció las divisiones del hombre
Fijó los límites de los pueblos en relación con los números de Yisrael.
Porque la porción de Hashem es su pueblo
Yaacob la heredad que le tocó.
Él lo halló en una región desértica, en un baldío aullante y vacío.
Lo rodeó, lo vigiló, lo guardó como a la niña de sus ojos.
Como el águila que ronda su nido, revolotea sobre sus polluelos
Así extendió él sus alas, lo tomó, lo llevó sobre sus plumas
Hashem solo los guió, sin ninguna deidad extranjera a su lado
Lo puso en la cumbre de las alturas, para que festejara con los frutos de la tierra
Lo alimentó con miel del panal, y con aceite de la dura roca.
Porque la roca de ellos no es como nuestra Roca
En la propia estima de nuestros enemigos.
¡Ah! La vid de ellos viene de Sedom, de las viñas de Amorah
Las uvas de ellos son veneno, un fruto amargo sus racimos.
Su vino es veneno de víboras, la implacable ponzoña de serpientes.
Embriagaré con sangre mis flechas
Mientras mi espada devora carne
Sangre de los matados y de los cautivos
De los jefes enemigos melenudos.
Y cansado el anciano recita su último poema
Poema de pasado, presente y futuro
El anciano con voz entrecortada dice: Haazeinu
Y todos en sepulcral silencio lo escuchan
Con lágrimas en los ojos sabiendo que era la partida
El anciano Maestro se despedía cantando su último poema.