Oscar Perez

Año dos mil catorce

Año dos mil catorce

 

Flores lila, mundos desolados,

el gobierno inventará la última apuesta

y en cada fábrica se hará siempre lo mismo:

trabajo, desempleo, bajos sueldos,

y en casa un mal vivir de los humildes

y un próspero rapaz que con sus hijos parte a misa

y un general sopor que ni se entiende ni se cura.

Es tiempo del final, de nada nuevo,

los gays, las putas, los choferes, los borrachos,

todos quejándose de un mundo sin caminos,

todos culpando a genes, padres, electrones

del proceder de la especie y su futuro,

de la fatalidad de un cielo incierto

y de la sin razón de no poder verse felices.

Ya queman al peruano, ya furiosa

la clienta se abalanza contra el chino

que, sin saber de idiomas, no comprende

más que a golpes que nadie trata así a cualquier xenófobo,

estamos en el filo de la espada

y es una mano nuestra la que también la sostiene,

estamos de regreso ante el abismo,

allí donde el amor alzó tres cruces

y tan sólo un bandido atravesó para llegar al gran banquete.

Te dejaría caer, pero te extraño,

te dejaría arder, pero te necesito,

no estás aquí porque sí, sino porque andas,

porque alzas en tu boca nuevas alas, nuevos verbos

y extrañas la fruición de aquellos dos del paraíso.

Estás, hermano, a ras de lo que duerme,

de lo que quiere despertar, pero no alcanza

sino dudas, sino pus en sus banderas,

sino humedad en vez de manos que lo auxilien.

Estás en la ciudad de la cual todos somos dueños,

qué hacer, qué va a pasar, no decía el cartapacio,

pero es tiempo, reloj, de ya avancen tus agujas,

pero es tiempo, dolor, de que comprendas que hay remedio.

Empieza la verdad con aprender a comportarnos,

mi abrazo yo te doy, el resto hallar y hacer

lo que desde un principio aquí nos hizo falta.

 

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22 09 14