Estoy sobre la tierra.
Para ser hijo de sus manos desgajadas
y tragar un pan desaliñado que no se brinda fácil,
he multiplicado todas mis muertes.
Mis rodillas han sentido el peso de un adiós,
y lágrimas de muchas cobardías.
Todo el cielo desplumado,
mi sueño en el sueño de la sombra.
Ah, bien sé
que el desierto se completa cada día,
que del error a la verdad hay un pequeño margen,
que no hay venganza más extrema que el aborrecible suicidio.
La tierra es una mujer perdida:
en las márgenes más engañosas de los ríos
pasea sus viejos pecados capitales,
atrapada por el deseo insaciable de la furia.
Noche sobre la noche.
Esa luz que vive a veces
es más fugaz que un beso encadenado al olvido.
G.C.
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