¡Mira madre que alegría!
Por un roto de la calle
asoma vivo, verde brote.
Hermoso, valiente y solo.
Eran horas de luna,
mientras libertad dormía,
mordiome la soledad
con su bocaza fría.
Dolor de cosas viejas.
Bálsamo de noche nueva.
Su olor entró con la brisa
y yo, viento, volé a su vera.
¿No miras a tu hija
de amor encendida?
¿No quieres ver la hoguera
donde todo empieza?
Crisol son sus brazos
de mi carne fundida,
candente, derramada.
Molde de nueva vida.
Me da calor, madre.
Guarida, hogar, cobijo.
Resguardo del torvo viento,
exterior, lejano y fiero.
Es huraña la libertad.
Habitante de desiertos.
Son estrechos los caminos
a esas desterradas selvas.
...
El fruto de ese árbol
es amargo mi niña.
De su flor el tedio
y su sombra monotonía.
¡No entregues tu alma!
Harán guiñapos con ella.
Sin alma no hay libertad,
ni cielo, ni mar, ni nada.
Secará esa fuente fatua.
Despertarás con la boca seca,
también será de noche
y ni la soledad siquiera.
Tiernas sombras nocturnas
las hace el Sol rocas duras.
Es mezquina la carne,
torpe, oscura, vengativa.
En el tiesto de tu ventana
crecerá la indiferencia.
La ciudad será brumosa
y el hogar sala de espera.
Antes que amanezca
emborráchate de olvido
y deja a la vida ser
tu verdadero amigo.
No tengas miedo hija mía.
Recoge la dulce semilla y huye.
¡Tú nunca estarás sola!
Dentro de ti irá la vida.