En esos enormes atardeceres
cuando fermentan las nubes,
flamean de tus labios las luces
en la sensualidad de mis quereres.
Entonces frenéticas caricias
abren mi ropaje de demencia
y se instala tu huracanada brisa
en el vertiginoso ondular
de mi cintura desatada sin prisa.
Y nuestras palabras se besan
en el cielo sangrando que mira,
y el viento escribe leyendas
de cuando tu boca me decía:
-Eres mi delicia porque sólo eres mía.