Caminaba plácidamente por los caminos amplios de mi vida, cuando, de repente, me encontré delante de una gran cascada.
El agua descendía lenta y pacientemente.
Era un día claro. El sol acariciaba suavemente, todo aquello que tocaba: las plantas, los insectos, los pájaros, el agua misma, las nubes, las flores silvestres, es decir, todo el paisaje.
Me parecía encontrarme en el paraíso perdido. Un lugar de encanto.
Me acerqué a la orilla del río y me acosté sobre la verde grama.
Sentía el suave calor del astro rey en mi piel.
El cielo me cobijaba con su celeste intenso.
Olí la fragancia fresca, pura, de la natura.
Oteé al horizonte inmenso y pude observar las nubes en su lento movimiento. Un águila planeaba plácidamente volando en círculo. Algunos insectos parecían jugar andando de allá para acá, arriba y abajo.
Jamás había visto ese cielo tan hermoso, inmenso, intenso.
Poco a poco me venció el sueño y entré en el mundo onírico.
Soñé que tenía una casa en la playa, donde podía sentarme, mirando el horizonte inmenso y escribir horas y horas.
De tanto en tanto alzaba la mirada para gozar cada detalle de aquel paisaje marino. Las olas iban y venían. El viento acariciaba cada parte de mi cuerpo, mientras el sol se dirigía a su ocaso. A lo lejos, un faro solitario, que me producía cierta nostalgia. Veleros que jugueteaban en constante subir y bajar. Gaviotas que volaban, alguna caminaba a lo largo de la playa. Los pelícanos se zambullían profundamente buscando el sustento. Barcos lejanos que dejaban su estela en la mar serena y parecían decir adiós, con el humo producido por sus calderas.
A mi lado, estabas tú, amor de mi vida. Reposando merecidamente. Los años no se habían atrevido herir tu figura. Mirabas al horizonte. Me sentía muy afortunado y enamorado.
Me extendiste tu mano y fuimos a caminar por la playa.
Nuestras huellas las borraban las olas. El tiempo parecía haberse detenido para siempre. Reíamos al recordar todos los sufrimientos que habíamos vivido antes de poder estar juntos. El cambio de vida que había realizado. Del temor que tenía de dar ese paso existencial. De aquel día en que fuiste por mí al aeropuerto, yo con mis maletas, cargadas de ilusiones, planes, sueños y algunos temores aún. Junto a ti Lía, nuestra adorada Lía, nuestra niña a cuatro patas. Su alegría era más que evidente. Saltando, moviendo su colita, ladrando y llenándome de besos cuando la tomé en mis brazos. Pero sobre todo tú amor de mi vida. Tu alegría era inmensa como la mía. Como dos adolescentes enamorados nos besamos sin importarnos los transeúntes. Fuiste una roca fuerte en ese momento de mi vida. Construimos juntos superando los obstáculos que se nos presentaban. Tú siempre optimista, dándome fuerzas en mis momentos de pesimismo. Tu paciencia para con mi persona ya que no era y no soy nada fácil. Lo que nos unió fue la certeza de que eras (eres) el amor de mi vida y yo lo era (soy) el tuyo.
Recordamos los viejos amigos. Aquellos con quienes compartimos un pedazo de camino vital y ya no están a nuestro lado porque sus almas ya no pertenecen a este mundo. Aquellos que perdimos sin un por qué, simplemente se fueron alejando y desaparecieron en el horizonte. Aquellos que aún están presente que comparten nuestra vida y la enriquecen.
Nos detuvimos. Nos miramos intensamente. Me besaste pasionalmente. Te acaricié. Hicimos el amor en la orilla de la playa desierta. Nos cubrió el cielo sereno y puro. El salitre de la mar nos abrigó.
Al despertarme, extendí la mano pensando encontrar tu cuerpo al lado del mío.
No estabas. Lloré amargamente. Era solo un sueño, hermoso, pero solo un sueño.
A ti que has tenido la paciencia de leerme te pregunto amig@ poeta/poetisa, ¿pueden los sueños convertirse en realidad o solo sueños son?