Abandonada en la caricia,
peregrina tu boca por mi piel
desnuda de la tarde.
Me recorre de sur a norte
y es gemido a dos voces.
Ancla tu latido vertical,
en el punto equidistante de mi ombligo,
vértice del encuentro ancestral
de tu cuerpo con el mío.
Y se adormece en la calma
que prosigue al remolino.