Monje Mont

Un catorce de febrero...

Mi sabio abuelo fue un racimo de consejos,

poco antes de caer de la gran herbácea,

se sumió en sus últimos reparos un catorce de febrero:

 

Hoy, el incansable jinete de soles y de lunas, decretará , 

el fin de mi trayecto y el inicio de aquel, vedado al ojo humano ,

como al santo obispo, decapitado por desposar a los soldados

y a todos aquellos que de la piedra hacemos rosas

y el destino ingrato la envenena en nuestras bocas.

 

Laura, fue el ser más bello que naciera  en este charco,

gran reino de los sapos que elevamos yermos cantos.

Un día, sus ojos-dioses me ungieron como rey  algunos años,

esos ojos-ambrosía , alquimia del naciente rayo

que extrae del hierro de la noche, su corazón brillante y blando.

.

 

Mira hijo-continuaba- el dolor nos juega a las escondidillas

y en nuestra omnipotencia en un universo cerrado y con candado,

de pronto escuchas ceder las cerraduras y el juego a terminado.

 

Aún no habías sorprendido con tus risas y tus llantos,

la pocilga oscura del quebranto de este viejo resignado,

cuando la parca cubierta del color de un cruel destino,

concedió a mi amada las últimas palabras y un suspiro:

“Amor, bajo el sombrero encontrarás aquel conejo que me regalaras,

el día del amor y la amistad cuando nos comprometimos”.

 

Y yo que creí que mi reina deliraba las aguas amargas

que  mojaron sus labios y sus pálidas mejillas, tantos años,

hoy como el mago, saco del sombrero el último truquillo.

 

Y sonriente como un iluminado con los brazos extendidos,

mi abuelo susurró con su último brillo en la mirada: “Laura”.