Su mirada era como una luz,
la luz del sol cuando se despierta
y te da los buenos días.
No era una mirada cualquiera,
era de esas, que llegan al alma
y te remueven cada parte de tu ser.
De esas que con tan solo mirarte
sientes como tu cuerpo se eleva.
Se eleva por los techos, por las nubes
hasta llegar al cielo, un cielo azul y frío.
Azul como sus ojos, en el que parece
que flotas por un océano hasta llegar
a un lugar lejano, en el que tan solo
su mirada te observa, y te sonríe,
y le sonríes y piensas que ya no hay nada más.
Que ya no existen las preocupaciones
y que nada ni nadie te importa más que esos
ojos brillantes y azules.