Inevitable, como la muerte,
seguirá tu imagen oscureciendo los
parques y las estaciones. Tu rostro
en mi mente es una frontera que
me aparta del sentido de las cosas:
El pulso de la guitarra es mera
resignación y el júbilo de cada
libro hojeado se a vuelto tristeza
recrudecida. Volviste cada calle,
cada plazuela, los mares sin quietud,
las sonrisas lacónicas, los aniversarios
y cada cosa de este mundo en marcos
vacíos, en libros sin literatura, en horas
sin aplomo ni presencia de amigos.
A veces, en las noches sin rumbo,
te pareces a mi muerte cuya hora está
escrita en algún volumen de una biblioteca
extranjera. Pienso en ti como en algo que
era inevitable, como la muerte, pero no
me basta ser Werther ni ser uno de tus
recuerdos extraviado en la última
estantería de tus pensamientos.
Borraste de la suma de mis días el porvenir
y el efímero presente. Vivo en esas ruinas,
en la misma noche que te tuve. Aún tu
retrato permanece boca abajo.